Desde mi ventana
Carmen Heras

El comercio se abre hacia fuera, en la gran galería. Está lleno de juguetes, no son juguetes cualesquiera. Sobre diferentes compartimentos yacen figuras a miles, son cuerpos sin volumen, solo la tela cosida con formas de animales.

La niña entra de la mano de los abuelos y elige un caballito azul brillante, como de terciopelo. Es muy lindo. A mi también me gusta. Tiene ojitos grandes y sonrientes y patitas que terminan en negro. Parece que nos mira.

El muchacho, muy joven, está sentado un poco más allá en una silla baja, al lado de una máquina llena de material de relleno para muñecos; está cosiendo otra figura, lleva un delantal sobre el que la asienta, la mueve y la construye.

Ponerle alma, corazón y vida al objeto inanimado exige toda una verdadera profesionalidad, sin duda

Llega la peque con la piel de su pony azul y el muchacho sonriente la enchufa a la máquina y lo rellena. Le da vida y volumen, la vuelve real. Le pide a la niña que elija una de esas bocinas a modo de voz que, a veces, tienen los muñecos cuando se les aprieta, y la pequeña escoge, de entre varios cajoncitos, una que dice, al apretarla, “te amo”. Luego busca un corazón rojito en otra caja que le señala el muchacho.

Sigo la escena con verdadera curiosidad. Es grande el marketing. El muchacho-vendedor le dice a la niña que coloque la pieza sobre la frente, cierre los ojos y mentalmente pida un deseo que desee mucho, mucho. Cuando lo hace, después de unos segundos, ambos a la par introducen el corazón en el caballito. Y él empieza a coser la superficie hecha volumen y caballo, con un hilo grueso.

Termina y entonces la peque va a una bañerita y hace ademán de bañarlo, cepillo en mano. En dirección a la caja donde pagar su importe, hay un ordenador con grandes letras en el teclado para que la dueña del juguete elabore un acta de posesión, una especie de diploma que avala que la peque es la dueña única del objeto. Salimos de la tienda, después de haber cantado todos una canción alegre para celebrarlo. La niña está totalmente obnubilada, los mayores también.

He aquí las nuevas maneras de atracción para ventas. He aquí la manipulación del consumidor. La humanización del producto, supongo. Ponerle alma, corazón y vida al objeto inanimado exige toda una verdadera profesionalidad, sin duda. ¿Quien dijo que la psicología no sirve en los negocios? Hoy, funciona a tope con los hipotéticos clientes. Mayormente, ante la inocencia de los niños y su sentido mágico de las cosas, pues careciendo aún del necesario conocimiento científico, así se explican el mundo.

¿Cómo pelear contra ello, en una época donde tanto tienes, tanto vales? ¿Donde para demostrar el cariño, se buscan los regalos?¿En un momento en el que todos pretenden hacer creer que su vida es maravillosa con selfies seductores?

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