Mi ojito derecho /
Clorinda Power
Ayer fue 8 de marzo y en Madrid hacía calor. Tanto como para que mi clase de pilates de las 19:30h estuviera vacía y la manifestación en Madrid por el Día Internacional de la Mujer, llena.
Yo también me he preguntado por qué yo, mujer y feminista, elegí estirar mi dolorida espalda durante sesenta minutos y no acompañar a mis compañeras en la lucha durante una hora.
Si conocierais las clases de pilates de Andrés, lo entenderíais. Pero como no las conocéis, prefiero ahorrarnos tiempo diciendo que me apetecía mucho hacer pilates y me apetecía muy poco ir a la manifestación. Y lo peor es que no me arrepiento. Y es por esto que me quiero indignar un poco hoy. Porque resulta que me siento culpable por ello, por haber elegido libremente ir a pilates en vez de gritar consignas muy ocurrentes pero muy incisivas. Lo que tengo se llama culpa judeocristiana, también llamado un cargo de conciencia que se me cae la cara de vergüenza. Y hoy he venido aquí a decir que si el judeocristianismo fuera una casa, el patriarcado sería la salita de estar con el tocadiscos, la mesa camilla y las estanterías llenas de libros escritos por hombres (ahora por favor, iros a casa y contad cuántos libros tenéis escritos por mujeres).
No fui a la manifestación porque no me apeteció. Y eso no me hace menos feminista, no hace que me apriete menos el sujetador, no hace que me halaguen los comentarios que mi cliente me dedica antes de empezar una reunión, no hace que tenga menos miedo cuando vuelvo a casa sola.
Ayer Madrid se desbordó con los gritos de miles de mujeres feministas. Y me necesitaban, nos necesitaban a todas. Pero yo me escondí en mi clase de pilates, agachando las cervicales hasta los límites de la flexibilidad. A cambio, hoy he seguido reivindicando el feminismo: hoy tampoco me he puesto sujetador, hoy tampoco le he agradecido a mi cliente sus halagos antes de la reunión, y hoy os aseguro que se me volverá a hacer tarde y volveré a casa sola por la noche.
No necesito que los hombres se pongan en nuestro lugar. Pero a lo mejor un día os podíais poner un sujetador, malditos seáis, aunque solo fuera por probar un día lo que de verdad significa la opresión.