Historias de Plutón
José A. Secas

Esta zona errónea, mal del alma, síndrome, defecto o tontuna, la verdad, es que no me afecta en absoluto. Suertudo que soy. Desde muy joven me sentí un poco (o un mucho) “cantoso”, atrevido, extravagante y, si me apuran, hasta exhibicionista. Desde luego que me consideraba (me considero) un ser libre y falto de prejuicios y, por la misma razón, llevaba (y llevo) a gala la adopción de un refrán clásico como divisa y marchamo: “Ande yo caliente y ríase la gente”.

Imagino que para estar libre de esa carga, se habrán conjugado en mí varios factores positivos. Supongo que mi carácter y mi personalidad favorecen que me reboten las balas. También creo que tener un buen concepto de mi mismo (porque soy, estoy y lo valgo) ayuda a que mi coraza y mi chaleco salvavidas me funcionen. Por otro lado, la educación recibida -gracias a mis padres, mis profes y a mi tribu- y mis experiencias, han contribuido a que me haya sentido desde siempre (y me sienta), fuerte y seguro de mis opiniones, acciones, actitud vital…

Tengo suerte pero no veo ese poderío chipirón en algunas personas que me rodean

Desde luego -repito- que tengo suerte pero no veo ese poderío chipirón en algunas personas que me rodean. Pena. Será su sensibilidad, su empatía porosa o, como en mi caso (pero de otro modo) su educación, experiencia vital, condiciones biológicas o su carácter y personalidad lo que les hace ser muy sensibles a la opinión de los demás; pero el caso es que tienen miedo. Ni más ni menos que miedo al «qué dirán» en particular y la vida en general. Ese temor (formado solo en su cabeza) a que los demás estén criticándole a uno, les pone a la defensiva y les hace gastar una cantidad de energía ingente, al estar en permanente estado de vigilancia; pendientes, estrenados… un sin vivir, vamos.

Ya sé que esto de dar consejos es inútil en la mayoría de los casos, gratis y muy fácil de practicar (por eso lo hago) pero el caso es que si a alguien le resuena y le toca su sensibilidad y, a la postre, le sirve para sacudirse de encima esta losa y cambiar (si, cambiar; que se puede), pues mejor que mejor. Para ello hay que ser, lo primero, consciente; entrenar todos los días y saborear los resultados. Ya sabes: “fuera los miedos, ponte la canción de Alaska “A quien le importa…”, practica la asertividad (firme, positivo, constructivo, convencido, activo…) y quítate la tontería porque está en ti. Lo dicho: ahora en invierno, ponte la manta de la abuela, el poncho colorido de los Andes o el saco de dormir por los hombros (o el chal o el mantón); ponte gorro, gorra, sombrero o visera (como tú quieras) de la forma, tejido y color que te apetezca (o que tengas a mano) pero el caso es que te sientas calentito. “Y lo que opinen los demás, está demás”, como diría Mecano en uno de sus muchos y celebrados ripios.

Artículo anteriorTernura
Artículo siguienteEl día que me encontré con Floriano

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí