Deus Carlos Ojeda

Historias de Plutón
José A. Secas

En un suntuoso salón del hotel, una mujer más joven de lo normal, permanece de pie escuchando con atención. Entorna sus ojos y pliega sus párpados sutilmente, atrapando la magia de la música que suena en el gramófono. Su presencia no pasa desapercibida en Baden Baden. Una señorita, aparentemente sana, aparentemente sola, aparentemente rica y, seguramente, demasiado sensible (a juzgar por su actitud en la escucha) es imposible que sea ignorada. Entre tantas aburridas y decadentes damas, acompañadas de ricachones achacosos que se levantan cada poco, hastiados o decepcionados, para abandonar el salón, la bella señorita que se apoya en la columna, permanece fascinada con la música que emana de aquel prodigio de la tecnología. Suenan, una tras otra, grabaciones de compositores muy cercanos en el tiempo, como Brahms, Ravel, Richard Strauss o el revolucionario Debussy. Ella, de origen ruso, exiliada tras la revolución, aprecia y conoce a sus paisanos: Prokófiev y Rajmanínov.

Las Termas de Caracalla siguen ofreciendo, desde hace más de quince siglos, las más saludables aguas del centro de Europa, aunque ya no son lo que fueron en el pasado siglo. Allí, a la vera de la Selva Negra, han acudido ricos, poderosos, ociosos y enfermos con devota asiduidad, atraídos por su beatíficas aguas. También la belleza, el lujo, el dinero… han sido, son y serán, un foco de atracción y caldo de cultivo excelentes para que cualquier extraño y ajeno a ese mundo, artista, inteligente y aventurero, pruebe fortuna; no solo en su abrumador y despampanante casino, sino en los salones de baile, jardines, hoteles, paseos, balnearios…

La joven dama rusa golpea leve y acompasadamente el abanico recogido sobre los pliegues de su falda

La joven dama rusa golpea leve y acompasadamente el abanico recogido sobre los pliegues de su falda. Acompaña en sincronía, su pie elegantemente cubierto por un delicado y moderno zapato fabricado en Milán. Se aproxima a ella un caballero no demasiado viejo, aparentemente sano, aparentemente solo, aparentemente rico y, seguramente, demasiado impresionable, vehemente y apasionado porque, saltándose todas las normas de protocolo, educación y cortesía, espeta a la dama con un “yo a usted la conozco” que saca, desagradablemente, a la joven de su ensimismamiento musical. Le mira con sorpresa, con un gesto de reproche primero y de fascinación después. Sí, le reconoce en lo más profundo de su ser. Jamás vio a ese hombre pero le siente cercano; muy cercano. Sonríe intuitiva e inconscientemente. “He apreciado su sensibilidad. ¿Me acompaña al salón del piano?. Deseo que escuche algo y me de su opinión”. No podía ser más descarado. Ella accede arrastrada por un magnetismo inexplicable.

El resto del relato se pierde en la pasión de la música y del amor, entre partituras y sábanas. Luego llegaría el tocadiscos, la búsqueda del éxito o, al menos, del reconocimiento, la ruina y el desencanto pero esa, es otra historia…

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