Historias de Plutón
José A. Secas

Este fin de semana pasado he estado en la gala número quince de los Premios Pop-Eye, como suena. No hace falta demostrar que se sabe idiomas. En la bella ciudad de Plasencia, como tantas veces, han coincidido personas que hacen cosas, pero no baladíes y sin importancia. Ellos son la quintaesencia exquisita de la cultura del país. Y luego están los anfitriones, quienes los eligen, los acogen y los agasajan. Entre todos se genera admiración, se aprende, se deleita uno y se contagia de una enorme cantidad de energía positiva, de personalidad, de arte y de cultura. Seres humanos interesantes y bellos, sabios y luminosos que comparten su presencia con quienes nos nutrimos de las cosas buenas de la vida. Es imposible encontrar tanta buena energía y tantos viejos y nuevos amigos en tan escaso tiempo y en tan poco espacio.

Un puñado de cacereños, placentinos, jerezanos, madrileños, chiclaneros, españoles y extranjeros, bien organizados, tenemos un objetivo común, disfrutamos del proceso y del resultado, crecemos, vivimos y nos bebemos el néctar de la vida y, por supuesto, asumimos la absoluta capacidad de liderazgo del artífice de semejante movidón. El compañerismo es solo un breve apunte que no da para alcanzar la magnitud de la ola que arrastran estos premios. Es ahora, cuando leemos las reseñas, recibimos y enviamos mensajes, informamos y completamos la postproducción, cuando nos damos cuenta de que contar por lustros o quinquenios imprime carácter. Las arrugas de la cara y la pelazón de la coronilla es directamente proporcional al grado de satisfacción por los resultados y un sólido refuerzo de la actitud positiva que mantiene candente una ilusión que se repite -jopé, qué suerte tenemos- cada año por estas fechas.

Ya habían empezado las presentaciones de libros, trabajos audiovisuales vinculados a la cultura pop y artistas varios a primera hora de la tarde del viernes. Este programa crece en calidad, cantidad e interés. Más tarde en el Centro Cultural “Las Claras”, cuando ya brillaba la luna llena, en la Expo-party que homenajeó a Enrique Morente y su familia, los fotógrafos, artistas plásticos y liantes performáticos como el menda lerenda, mostramos y agasajamos con nuestro buen hacer a la familia Morente allí presente. Cuánto arte y cuánto amor. Qué maravilla de colofón para la propia exposición y de preludio para la gala del día siguiente. La noche terminó, como no podía ser de otro modo, en una fiesta con música en directo, pinchadiscos tipo A, jamón y cava extremeños, ¿quién da más? 

El sábado por la mañana, en la sala de plenos del Ayuntamiento, la presentación de casi todos los premiados hacía presagiar una noche memorable. La pre-gala permitió que los acercamientos se propiciaran y que conociéramos un poco más a los grandes protagonistas de la noche. Mientras, los técnicos y los artistas se afanaban en el Teatro Alkázar por tener cubiertos todos los detalles y previstas las eventualidades. Con un pelín de retraso se completó la llegada de los invitados en un descapotable color champán precedido de una escolta motera sonora y poderosa. Recibimientos clamorosos, flashes. alfombra roja, fotocall, despliegue de medios, entrevistas, corrillos en los pasillos, expectación y comienza el espectáculo… De los veinticinco galardones, tan solo tres premiados excusaron su presencia por causas mayores. El espectáculo fluyó, los músicos sonaron en su esplendor, los agasajados agradecieron de corazón y el amor se contagió. Dar y recibir un premio o cualquier regalo de gran magnitud, genera una corriente amorosa que contagia y engrandece el alma. Todo quien da con generosidad y entusiasmo, recibe multiplicada su entrega con creces. Quien da, recibe. Si es amor lo que se trafica el resultado es glorioso y memorable.

Como en una boda, la fiesta salió perfecta. Se celebraba el amor y en ese clima no puede haber fallos imperdonables. Algún error desapercibido se perdió en un juicio global sin tacha. Nadie se acuerda. La impresión de conjunto fue, un año más, inigualable y espléndida. Alegría, entusiasmo, familiaridad, agradecimiento, la más pura felicidad multiplicada y contagiosa. A esta avalancha de estímulos positivos y de absoluto desbordamiento de los sentidos,  de los afectos y de las posibilidades de encantamiento solo se le puede poner un pero por aquello de poner en evidencia la permanente carrera tras la perfección, que no existe. No di a basto, lo confieso, no pude hablar con todos, abrazar y besar, bailar y departir con tantos amigos, compañeros, colegas, camaradas y correligionarios. Siento que con algunos pasé por indolente y antipático, pero no fue esa mi intención. Simplemente no podía estar en dos sitios a la vez. Siempre me admiró el don de la ubicuidad al cual jamás podré llegar a aspirar. Se me esfumaron los posibles minutos de felicidad con quienes he compartido y comparto este acontecimiento, no llegaron a pronunciarse palabras de admiración y respeto a algunos de los premiados. Me quedo con lo bueno porque sí que hubo momentos únicos con personas especiales. Atesorando recuerdos imborrables me congratulo por haber estado con la mejor compañía en el momento y en el lugar perfecto y aunque no entiendo bien el peso en la toma de decisiones del poder, del deber y del querer, me alegro infinitamente de haber estado allí a merced de las gloriosas coincidencias.

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