Obsolescencia programada. Goyo Tovar.

Dudas de papel
Goyo Tovar

Devoto soy de los ingenios; pero me aparto de algunos ingenieros como de la peste. A menudo me topo con un artilugio simple, de uso sencillo pero que ha requerido el diseño del artista de los ingenios; sea una tijeras de escolar, una cremallera de la sudadera o un simple bolígrafo publicitario. Y me ocurre que se presenta de improviso como una especie de malafunción apenas iniciado el uso. Que funciona mal a secas, por no funcionar. Que funciona según el principio de la obsolescencia programada.

Entonces lo agarro y le incrusto la observación pertinente y en mi escasa entereza me acuerdo del ingeniero que haya firmado el papeleo, aunque prefiero imaginarme que lo tengo enfrente y me salen improperios que no oye. Mi mujer me amonesta, recrimina y censura. Asumo el desvarío y me rindo con el cachivache desarmado y descompuesto. Pero el agua de la ciudad de Cáceres es otro programa, otro diseño, otro aparataje para cien mil personas, cientos de industrias, miles de árboles y otros tantos coches que lavar.

Funciona según el principio de la obsolescencia programada

Justo antes de terminar el siglo XX, hace 20 años, hice una sencilla cuenta dividiendo el número de litros consumidos en mi pueblo entre sus habitantes: el resultado es que consumíamos una media de 199 litros de agua al día, un bidón de los albañiles diario, una monstruosidad aunque se incluyeran la numerosas fábricas, naves industriales, bares y piscinas. Y ese agua utilizada había después que depurarla.

Pues ahora dicen que los 60 millones de euros enterrados para traer agua de Portaje, se quedan así, con las tuberías dispuestas y tapadas pero incapaces de vadear el Tajo y el Almonte. Los coches y camiones sí pueden utilizar los puentes, incluso el pesado ferrocarril podrá utilizar sus puentes; pero los cálculos finos de los exquisitos ingenieros impiden autorizar el soporte de la tubería de acero repleta de agua. Bien parece una falta de previsión… o dos faltas: una del ingenio que programó la conducción y la otra, de quien no previó que por allí podría conducirse también agua.

Celosos de sus papeles, de sus firmas y de sus responsabilidades los artífices no se atreven a claudicar ni a resarcir. Y artífices somos todos, incluso aquellos que ya anunciamos que las carreteras son ya los viales por donde se prohíbe que circulen los carros. Dudar para molestar.

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