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El dossier de la campaña ‘niños en emergencias’ (2015) incluye dos ‘historias de vida’, las de Marcelino, un pequeño de 1 año de Angola, y Sabah, una niña de 10 años de Yemen. Son vidas marcadas y truncadas por la violencia, el miedo…, ejemplos de esas cifras de niños a los que UNICEF, pese a las dificultades, ayuda con programas de nutrición, colegios temporales, atención psicosocial…

Marcelino (Angola).
Víctima de ‘El Niño’
En la provincia Cunene de Angola, un área del país azotada por continuos periodos de sequía e inundaciones que caracteriza el fenómeno de ‘El Niño’, vive Marcelino, un pequeño de un año que sufre desnutrición aguda grave (él es sólo uno de los 95.877 niños que sufren desnutrición agua grave en las provincias más afectadas del país) y que sin el tratamiento adecuado podría morir.
Su madre, Ndahalouanu, decidió llevarlo a la clínica local que existe en la zona apoyada por UNICEF, donde fue admitido directamente en un programa de tratamiento terapéutico contra la desnutrición, y donde después de solo 5 días de tratamiento con leche terapéutica mejoraba y aumentaba de peso. Después, y antes de darle el alta, comenzarían a darle un alimento terapéutico contra la desnutrición aguda grave, listo para tomar, consistente en una pasta de cacahuete, con alto contenido en proteínas, y el contenido calórico y los nutrientes que Marcelino necesitaba para comenzar a coger peso y estar sano.

Sabah (Yemen).
Víctima de conflicto armado
Sabah es una niña de 10 años de Yemen que ahora vive en el campo de refugiados Markazi, deYibuti. Ella vivía con su madre (su padre las había abandonado hacía muchos años) en Yemen cuando en marzo de 2015 viajaron a Somalia, el país originario de su madre, y al volver el conflicto había comenzado. Lograron llegar a su comunidad, pero su casa ya no estaba, había sido bombardeada, y el grupo armado hutí las amenazaba continuamente diciéndoles que no podían huir, que debían “morir aquí”, pero consiguieron huir. “Fue un viaje de un día en el barco de mi tío, y con las fuertes olas una mujer cayó al agua y se hundió. Me sentía muy cansada y asustada”, recuerda Sabah desde el campo de refugiados Markazi, deYibuti, en el que ahora vive.
Sabah echa de menos su hogar, sus vestidos y los chocolates, frutas y cacahuetes que su madre solía comprarle, pero, sobre todo, echa de menos a Amira, su muñeca preferida, que también desapareció junto a su hogar. No tiene juguetes, pero sus sueños siguen ayudándola a seguir adelante, y de mayor quiere ser doctora para ayudar a su madre.

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