sueños1

Reflexiones de un tenor /
ALONSO TORRES

Son imágenes nocturnas con una pátina de no se sabe bien qué (el alma) que las hace oníricas y aterciopeladas, extrañas, grises, y en donde destacan, aquí y allá, colores “sobresaltados” como el rojo, el verde, el naranja, el amarillo y algún blanco sucio, que provienen de los ropajes, de los ojos de ciertos animales, o de los destellos de los fogonazos de las armas.

Un gran parque que se convierte en campo abierto al borde de un bosque tenebroso y oscuro; un tiempo que no es el presente sino el pasado, pre-decimonónico, época de carretas y caballos, de tertulias junto al fuego y de libros de aparecidos o espectros; una cacería donde algo casi vivo y casi muerto (cuyo líder de la manada es Lord Tellaq, remedo humano del mismísimo diablo), deformado, grande, extraño, poderoso, feroz, mitad carnívoro mitad cérvido, con el sexo extendido, tieso y rojo bien a la vista, los huesos punzando la piel en jarretes y costillares, el cuello desproporcionado por lo hinchado, la quijada negra e indecente, escupiendo, sangrando, bufando y saltando entre zarzales, jaras, retamas y paredes derruidas cubiertas de hiedra y maleza, persigue a un cazador. Va hacia él inexorablemente y éste sabe que lo va a cornear, a pisotear y a devorar si antes no llega a la casa que está al otro lado del arroyo, en la que dejan sus enseres los guardas de la finca. El hombre está cansado y tiene el pánico, como el frío, metido en el cuerpo. Las botas de media caña con hebillas de plata están embarradas y empapadas, pesan; el sombrero de tres picos perdido; la verde levita hecha jirones y el arma descargada, apretada en una mano que no siente. Sudoroso, al borde del colapso, sin aliento ya, cerrará la pesada puerta de nogal en el momento en que por ella asome, babeando, uno de los monstruos que han salido a cazar, ¿recuerdan la fábula del cazador cazado? Batidas de animales que han estado merodeando por los pueblos de la región destrozando los cultivos, asustando a los niños y enseñoreándose del territorio. Y unos caballeros que por sus ropajes nos llevan hasta el protagonista masculino del cuadro, “Mr and Mrs Andrews” de Gainsborough.

Son imágenes nocturnas con una pátina de no se sabe bien qué (el alma) que las hace oníricas y aterciopeladas, extrañas, grises…

Un aparecer de dos de esos hombres, cazadores y cazados, bajo sombreros de piel de castor, arrebujados en largas y gruesas casacas de paño con abotonadura negra, que buscan las sombras en callejones de una grandísima ciudad en un tiempo actual, y que son vistos por un chico que se asoma a la ventana de un hostal después de hacer el amor follando. Se ha levantado de la cama, revuelta y oliente, ha cogido el paquete de tabaco, y apartando la cortina, algo sucia, ha descubierto, ocho metros más abajo, a unos tipos extrañamente vestidos que se pegan a las paredes y se pierden tras la esquina. “Qué me importa a mí”. Son imágenes nocturnas con una pátina de no se sabe bien qué (el alma) que las hace oníricas y aterciopeladas, extrañas, grises…

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