What-you-need

Historias de Plutón /
José A. Secas

Había dormido muy bien. No de ese modo plácido y tranquilo como lo hace un bebé saciado, como cuando has trabajado duramente y te sientes con la satisfacción del deber cumplido, como cuando has hecho deporte y tu cuerpo se repone con el sueño reparador o como, simplemente, como cuando tienes mucho sueño porque la noche anterior dormiste mal o poco; no. Simplemente se despertó tranquilamente tras las horas de descanso apropiadas y supo que sería un día perfecto. Tomó la determinación de mantener ese espíritu optimista y se propuso enfocar de modo positivo todo lo que le deparara la jornada. Sería un día estupendo; como la vida misma.

Minuto a minuto fue empapándose de la felicidad que aporta la vida cotidiana en pequeñas dosis y sintió como entraba la luz por los ojos de la persiana, la tibieza del agua de la ducha, el frescor del aftershave, el cálido roce del algodón de su camisa, la esponjosidad de la suela de sus zapatos nuevos, el olor, primero, de la tostada de aceite (luego su sabor intenso y levemente amargo) y la dulzura de la mermelada del desayuno; hasta que salió a la calle y la brisa de la mañana le acarició el rostro mientras que la luz que reflejaban las gotas de rocío le deslumbraba. Se sentía pleno y satisfecho caminando, con la sonrisa puesta, al trabajo que le gustaba y le proporcionaba el dinero suficiente para vivir sin agobios. Iba saludando a los conocidos y miraba con franqueza —risueño— a quien se cruzaba en su camino. Sentía un bienestar intenso porque se sabía capaz de irradiarlo y contagiarlo. Su talante, empapado de amor por la vida, le devolvía con la misma intensidad dosis de amor ambiental que le reforzaban. Era una acumulación de buen rollito, buen karma, buenas vibraciones y ¡buenos días!

Se sintió agradecido por su presente intenso y rico y comprometido con su destino y su misión en la vida

Seguro de que ese estado de ánimo —subidón subidón— le empujaba y le estimulaba (tomado de la mano de la consciencia plena) a seguir así todo el día y a acumular fuerza y espíritu para encarar su vida con el mismo talante, repasó con profunda satisfacción las razones que le hacían sentirse tan bien: se sentía digno, libre y sabio. Afortunado por vivir dónde vivía, por tener familiares y amigos de los que recibir y a los que dar su amor. Se sintió agradecido por su presente intenso y rico y comprometido con su destino y su misión en la vida. Hizo planes para viajar, para leer, para cocinar para alguien especial y luego bailar con ella, soñó despierto camino del trabajo sintiendo sus pasos firmes que le unían a la tierra y a la vida. Se sintió sano y capaz de afrontar los planes postergados, de decir “te quiero” y de mantener esa sonrisa que le abría todas las puertas. Cuando, al final del día, repasó con satisfacción todo lo sentido y vivido quiso conectar con los espíritus superiores y se vio, de pronto, muy pequeño pero humildemente feliz. Entonces, le vino a la mente una canción de su adolescencia y volvió a experimentar una profunda gratitud: “All you need is love” de The Beatles.

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