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Cánovers /
CONRADO GÓMEZ

El otro día alguien decía en la radio que las cenas navideñas de empresa son un fenómeno de la España cañí, que son terapéuticas y diuréticas… que si no existieran, habría que inventarlas. Que empiezan como una ceremonia castrista y pueden acabar en una peli de Almodóvar. Y es que hay una tribu de especialistas en este tipo de encuentros festivos.

En primer lugar, hay que analizar el comportamiento de los jefes, que comienzan manteniendo la compostura y acaban brindando con el becario reconociendo que le paga poco pero le quiere mucho. Es una especie de degeneración acelerada, un ‘time lapse’ muy divertido, que ya se encargará alguien de subir a instagram para sonrojo colectivo.

Las cenas de empresa navideñas son inclasificables. No son de trabajo y tampoco festivas. Tienen esa incertidumbre propia de los acontecimientos largamente esperados. Los hay tímidos que se transforman en ‘power ranger megaforce’ y los hay sueltos que esperan esa gran tarde-noche para darlo todo. Un día en el que los poperos acaban haciendo “tuerking” a ritmo de bachata.

El lugar es fundamental. Condiciona que el desparrame empiece antes o después. Se puede ir de raciones o de menú ejecutivo. Puede pagar la empresa o cada uno a escote. Eso también condiciona el nivel de efusividad.

Es un día para reconciliarse con el que nunca congeniaste. Lo que no ha unido el trabajo es cosa de Rafaela Carrá. Unos bailes bien pegados solucionan esas rencillas que han ido cogiendo polvo a lo largo de los años.

Hay un momento de la noche en el que el compañero de trabajo se desvanece y aparece tu alma gemela. ¡Cómo no lo vas a querer si pasas con él más tiempo que con tu mujer! ¡Caray, este chico se merece lo mejor! Ahora mismo le invito un día a casa a que nos echemos unos gin tonic mientras hablamos de la empresa y del mundo.

Pero lo malo de las cenas de empresa es que se acaban. Y al lunes siguiente hay que seguir mirándose a la cara. ¡Tu jefe! ¿Ahora cómo le dices que se te fue ligeramente la mano? Parece que él también quiere pasar página, menos mal. Y ahí aparece Alfonsino, mi alma gemela, ¿se acordará de que le di las llaves de mi casa?

Benditas cenas de empresa… tened cuidadito, jóvenes.

 

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