Sé que hacia el final del artículo (este que estoy escribiendo en rosado y escotado “salto de cama” y un whiskie-sour en la mano; son las 13:09 p.m. y me han echado de la cama los impíos que arreglan y reparan las estanterías de la casa; “señora”, dicen golpeando con fieros nudillos la puerta y colando su mexicana cara por entre la apertura, “tenemos que entrar para llevarnos los libros e irlos colocando”), digo, que sé que hacia el final del artículo (este que me pide el Jefe. Sergio de manera casi urgente que escriba, “espero que leas este mensaje”, me dice por el messenger, el mismo messenger por el que me han “insultado” este verano los orcos por ser mi postura contraria a la suya; la mía, <<el Valle sí se toca>>, la suya, <<el Valle es intocable porque allí descansa Franco>>), redigo, que sé que hacia el final del artículo que ahora escribo, el primero tras el parón “agostero”, cambiaré de música de fondo (qué falta de respeto hacia la escritura y hacia la música al mismo tiempo), porque ahora lo que suena es El Cafrune cantando/relatando tristes e históricas chacareras, luego no sé lo que sonará.

Apilados tengo los libros que han de colocar en prescrito y acordado sitio (este verano me he enterado de la existencia de una tendencia espiritual ligada a los libros llamada tsundoku, en japonés, el apilamiento, el almacenamiento de libros y libros sin fin), pero no todos, no a todos voy a entregar para que sean ubicados, algunos, nueve en concreto, los tengo en la mesilla de noche, han sido las lecturas del verano (nada veraniegas, por cierto): Río Revuelto de Joan Didion, Rumbo Al Mar Blanco de Lowry, Vida De Un Vagabundo Aventurero de Eichendorff, Minué Para Guitarra En Veinticinco Disparos de Zupan, Y Seiobo Descendió A La Tierra de Krasznahorkai, Las Ratas de Delibes, Por El Territorio Del Ussuri de Arsèniev, Agosto de Solzhenitsin, El Diario De Satanás de Andreiev, y como todavía les tengo que hacer la ficha, no los voy a entregar al holocausto del apilamiento en blancas estanterías.

Apilados tengo los libros que han de colocar en prescrito y acordado sitio

Este verano se ha muerto mi colega Jakob Surek (el tío iba de austriaco y centroeuropeo, y resulta que el apellido suyo tenía más de quinientos años y provenía del Imperio Turco, de la Dorada y Sublime Puerta, jijiji, qué cabrón, al final era un maldito jenízaro). Establecimos relación y amistad gracias a la literatura, me acerqué a él y empezamos a hablar de autores queridos (y no tan queridos), y desde entonces hasta un sábado de agosto en el que le respondió a la Bruja.Pájaro, “el paraíso” (ella le había preguntado, “¿qué quieres?”), ha durado nuestra amistad. Lo que suena ahora, al finiquitar este artículo, es ópera de Puccini, <<Che gélida manina…>>.

Artículo anteriorEl final del verano
Artículo siguienteCuando llega septiembre

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí