Volver de vacaciones lista para comenzar un nuevo curso, es un objetivo de ellas, acumular proyectos e imágenes de personas con quien realizarlos, también. El verano tiene, entre otras muchas cosas, una especie de calma asfixiante que todo lo neutraliza, una clase de lentitud mental que aconseja tiempo para que pase la calor, para que regrese la gente, para que los días no sean tan largos. Con el propósito de volver, entonces, al ser propio y a la costumbre.
En ocasiones me sorprendo preguntándome como llenaba, sin remordimientos, esta estación en otras épocas, ahora me parece que el tiempo se acorta y es preciso afrontarlo cada minuto, de una forma o de otra, sin dejarlo pasar. Pero la gente sigue haciendo lo acostumbrado según los cánones, las terrazas y piscinas más o menos ocupadas, los viajes más o menos interesantes, las ocurrencias más o menos inteligentes…
Hay lugares en los que el tiempo se detiene. Curiosamente este aspecto, en vez de desasosegarme, me ha dado serenidad. Encontrar algo estático, físicamente hablando, me ha parecido una virtud, al servirme como referencia. Todo no se ha ido al traste, no es preciso empezar de nuevo a amar y respetar cuestiones y entornos. Puedo entender y sentirme segura y reconfortada con un paisaje. Con unas gentes, con un territorio. Reconocerlos. No estoy equivocada.
Siempre he creído en la inteligencia como base fundamental para construir
Defiendo el progreso, siempre lo he defendido como actitud vital. Leyendo en la playa el libro autobiográfico “Apegos feroces”, comprendo perfectamente a su autora, una judía culta de profesión periodista, cuando explica la contradicción evidente entre los dos mundos a los que muchos pertenecemos: el familiar y el que nos hemos forjado nosotras al querer avanzar. Si éste o una parte del mismo se destruye, por circunstancias ajenas, el sentimiento de perder el suelo que pisamos es terrorífico porque nos hace preguntarnos sobre nuestras equivocaciones o sobre nuestra ingenuidad, aunque ni las primeras ni la segunda sean las responsables directas de lo qué ocurre.
Siempre he creído en la inteligencia como base fundamental para construir. Falta mucha de esa que se entronca con el sentido común, el menos común de todos los sentidos. Hoy, aquí y allá, bajo una fachada de respeto a todas las opciones, vive un espíritu defensor del pensamiento único intentando dominar la escena, todas las escenas inimaginables. Confundiendo la parte con el todo. Haciendo que la parte sea la referencia, concretizando de manera burda los conceptos que son generales, aunque deban verificarse (para ser verdad) en cada caso.
“Cumplir sin gastar”. Hacer una afirmación genérica cuando se sabe que no es cierta en todos los casos particulares, es confundirse y confundir a otros. Solo se puede hablar de defensa de todos, si se defiende a cada uno. Si no es así, mejor no menearlo. ¿No creen?