La amistad y la palabra
Enrique Silveira

Llegan los días en los que los profesores estamos más presentes que nunca en los mentideros. ¿Se van a mejorar nuestras condiciones laborales?, ¿será que la sociedad nos mira con el aprecio que merecemos? No, acaba el curso y todos recuerdan la única pero tan visible ventaja de nuestro gremio: las vacaciones. Toca de nuevo soportar con una media sonrisa los comentarios de los que no entienden un descanso tan prolongado, tolerar los aguijonazos de los que estudiaron pero eligieron otra profesión, sobrellevar las críticas de los que desconocen los entresijos de esta tarea porque han olvidado su etapa estudiantil, transigir con los que no subsistirían ni un trimestre haciendo lo que tanto reprueban…

Acaba el curso y todos recuerdan la única pero tan visible ventaja de nuestro gremio: las vacaciones

Para ellos, para los que censuran sin saber, viene al caso este decálogo que acerca el alma de los que gozamos de un amplio descanso, no sin antes haber derrochado energías y sentimientos para que los hijos de todos puedan crecer y mirarse al espejo sin sonrojo:

  • Estudiarás en la Universidad con fe inquebrantable, aunque sospeches que la mayor parte de los conocimientos adquiridos serán inútiles, pasarán de moda o no gozarán de la consideración de tu alumnado, más preocupado por las innovaciones tecnológicas que aseguran su esparcimiento.
  • Notarás cierto estremecimiento el primer día que cierras la puerta y te enfrentas a los que han de aprender de ti sin que ninguno de tus formadores haya acertado a la hora de describir lo que te esperaba. Son aulas como las que ocupaste, pero ahora tú las diriges y debes conseguir que funcionen.
  • Querrás agradar a todos tus estudiantes para que te recuerden con cariño y percibirás que es tan difícil como ser amigo de tus propios hijos: divertir es un objetivo valioso pero secundario.
  • Observarás con estoicismo cómo los políticos cambian a su antojo las leyes con la peregrina intención de conquistar votantes en el futuro, sin tan siquiera recapacitar sobre si estos cambios condenan a los que los sufren a la ignorancia o a la desidia.
  • No dejarás de motivar a tus discípulos aunque muchos ofrezcan vivas muestras de no aceptar directriz alguna que los aleje de la molicie y la diversión subvencionada.
  • Admitirás que se puede vivir muy dignamente desconociendo por completo la asignatura en torno a la cual gira tu existencia. Nada es imprescindible, nadie es irremplazable.
  • Te hartarás de explicar que se puede ser un profesor inolvidable sin haber recibido la llamada divina; algunos piensan que este trabajo ha de ser exclusivo de los que dicen tener vocación y desprecian a los que se esfuerzan pero no gozan de tal aureola.
  • Conversarás con padres ofuscados que consideran como única y definitiva forma de querer a sus hijos dar pábulo a sus justificaciones, aun cuando el relato sea propio de la ciencia ficción ( mi hijo me lo cuenta todo…).
  • Saludarás educadamente a todas horas para que nadie diga que te has vuelto desconsiderado, aunque solo ocurra que tu memoria no da más de sí o tus antiguos alumnos ya son irreconocibles.
  • Lidiarás con niños que caminan hacia la juventud – pero reclaman como adultos – inmersos en un viaje en el que las transformaciones son tan abruptas como habituales.

La docencia es como el amor: solo se conoce después de haberlo sufrido; no critiques al que está enamorado porque es probable que te comportes igual cuando te toque; no reniegues del descanso de los profesores sin experimentar durante todo un curso con los hijos de los demás.

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