Desde mi ventana
Carmen Heras

La percepción ha cambiado. En una pequeña encuesta, pasada a un grupo de estudiantes universitarios (la mayoría pertenecientes a entornos rurales) un poco antes de declararse la pandemia, a la pregunta de “¿Qué aprendes de tus padres?” un noventa por ciento de entrevistados contestaron que muy poco o nada. Cuando se les preguntó sobre si creían que sus padres deberían aprender algo de ellos, un parecido porcentaje opinó que si, en relación a los aspectos tecnológicos. Así que parece tomarse como conocimiento básico una rápida vulgarización de la tecnología. Y ello, a pesar de que la mayoría de sus usuarios carezca de las más mínimas nociones sobre sus fundamentos y sólo se limiten a aplicar los algoritmos.

¿Somos otros? Leo un ameno artículo de Rebeca Yanke (laLectura) acerca de los ecologistas que, para recordarnos los problemas del cambio climático, han decidido “atacar” unas cuantas obras de arte, evaluadas como básicas en nuestro patrimonio artístico universal. La pintura y otros líquidos que les arrojan encima, caen sobre el cristal que protege los cuadros y no (menos mal) sobre la superficie pintada de ellos, en un riesgo calculado que busca un efecto viral sobre la opinión pública, y unas horas (o días) de debate en medios, con fotos por doquier de los protagonistas. Pretenden alertar así a la población en general y al mundo todo, que no saben lo qué hacen en materia de medio ambiente.

Ya se ha hablado de cercar los museos, incluso de cerrarlos. “Algo así no se puede consentir (dicen los mas estrictos), no son verdaderos ecologistas, sólo niños de papá buscando la fama, y a los que el asunto les trae bastante al pairo”. “Aunque la obra no se dañe, se producen gastos indebidos pues siempre hay que reparar los desperfectos, gastos que caen sobre los ciudadanos, dado que los sitios donde se cuelgan las obras son públicos y no privados” (dicen los mas sensatos). “Dudo mucho de que estas acciones ayuden a la causa ecologista, mas bien vuelven a la mayoría de las personas en su contra” (opinan aquellos que creen que todos nos dejamos siempre manipular). Aunque también existen los defensores de estas tácticas “la vida es mas importante que el arte, la vida está en peligro si no planteamos soluciones a la crisis climática, el patrimonio artístico es parte de la vida, por tanto tienen relación ambas causas”.

Pienso en los tiempos tan diferentes que, afortunadamente, estamos viviendo, con sus coletazos de incongruencia salpicándolo todo; en los veinteañeros de esta generación Z que son quienes siguen (al parecer) la consigna de Just Stop Oil y Extinction Rebellion, las dos organizaciones promotoras de los ataques iniciales, y que apenas tienen nada que decirse con las generaciones anteriores dado el tremendo avance tecnológico producido y su tremenda popularización dentro de todas las capas sociales. Así, como sin notarlo demasiado, se ha producido una tremenda disrupción entre lo de ahora y lo de antes que afecta a cuanto tiene que ver con la vida y sus costumbres, creencias, valores y gustos. La consabida cadena metafóricamente formada por eslabones que entrelazaban a los de una generación con la siguiente ya no es tan palpable, a pesar de que en los sitios más cerrados, o más pobres, sigan perviviendo con naturalidad, tradiciones y estímulos de tiempos pasados.

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