Historias de Plutón
José A. Secas

Las palabras absolutas son absolutamente relativas. El todo, el nada, el nunca y el siempre no existen y nuestra vida es un tránsito entre esas ideas rotundas e incontestables con parada en la gama de grises, combinadas con periodos de descanso en los que uno anda a otras cosas, por ejemplo a vivir. Decía que todo comenzó aquel día en que dejamos de ser compradores para pasar a ser mercancía. Los chicos que empezaron a jugar con ordenadores y se asentaron en Silicon Valley llegaron los primeros y sus sueños de un mundo mejor se los tragó el capital poniéndole precio a este tramo de la evolución.

Es muy probable que en unos cientos de años los seres humanos hayamos aumentado nuestro desarrollo cerebral y perdido el dedo meñique del pie, como podrán suponer, eso de que nos la tiene que soplar es muy poco responsable con respecto a nuestros descendientes. Nos debe importar hacia dónde va el Mundo aunque sea porque estamos en los albores de la conciencia humana y a todos nos gustan los principios felices. Es emocionante ver nacer algo o alguien. Somos generadores de principios, consecuencia de anteriores proyectos que derivan en una existencia en permanente evolución.

Por ejemplo, la revolución tecnológica que estamos viviendo sin poder evitarlo, parecía que abre una hermosa puerta al futuro, pero todo lo bueno que atesora está todavía a merced del dinero y los capitales. Es triste. Hace más de una década que interactuamos en las redes sociales y ya somos parte de ellas y ellas de nosotros. Lo malo es que nuestras comunicaciones tienen dueño. Te empujan a la globalización pero pasan factura. Sabemos que el contacto directo no tiene rival, pero las necesidades de comunicación con personas allegadas pero lejanas necesitan del teléfono o de aplicaciones que solo funcionan en la Internet. Para eso hay que pasar por caja. Se siente.

Todo empezó aquel día en que rechacé descaradamente la compra de un paquete de anuncios y visualizaciones provocadas o inducidas y los algoritmos del dueño de la burra (el caralibro) me identificaron. Si quieres hablar, que te gusta mucho y lo haces a menudo y en nombre de varios entes y organizaciones, tienes que pagar porque si no te bajamos el volumen y no te encuentra ni quien te busca. Te ocultamos en la parte de abajo del paquete de expedientes de aspirantes a soltar su rollo. Si no te pasas, si eres tú solo, si no dices tonterías y le pillas el punto al sistema para darle lo que quiere, tus recados, avisos, opiniones, meditaciones, reflexiones, experiencias, emociones y sentimientos pueden llegar a oídos de unos cuantos de tus amigos virtuales. Eso lo decide el algoritmo, que es muy listo. Si tienes varios perfiles, eres administrador de páginas y moderador de grupos, si quieres que tus mensajes tengan alcance y penetración, paga. Si te niegas a pagar te retiro el micrófono de la boca y le borro a tus amigos y contactos cualquier recuerdo de ti. Es muy sencillo, solo tienes que hacer lo que dicta el mundo que controla, dirige, manda, gobierna y sojuzga: compra/paga y sé feliz.

La libertad que auguraba el desarrollo de la Internet (todos lo hemos conocido) se ha convertido en lo contrario. El poder ha encontrado en la red la perfecta herramienta de manipulación y desinformación. Somos unos títeres amontonados con falsas ilusiones alimentadas a base de una sabia educación desde la cuna. El sistema está atado y bien atado y ni siquiera te salva la conciencia de verte ahí sin hacer nada para evitarlo. Por hacer un guiño a la actualidad y entroncarlo con el tema del escrito, añado que no habrá una guerra cruenta -si un simulacro- en Ucrania porque no interesa económicamente hablando. Mucho más divertido -barra- lamentable es la escabechina de lobos hambrientos, corderos degollados, fierecillas domadas, gallitos de pelea, sabuesos babosos, ratas de alcantarilla y patos mareados que echan leña al fuego que arde el la sede der pepé. Y añado: El caralibro de los coohonnex se las va a ver canutas para identificar este mensaje, pero como la inteligencia artificial se las sabe todas, como no pague, este escrito pasará sin pena ni gloria (y tampoco pasa nada). Defeco en tu avariciosa cara, caro caralibro de los coohonnex (y en guasa, tuite, istagra, yutu, tistó, pinterés, linquedín y más que no me acuerdo). Hale, que corra el aire.

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