La detención de Carles Puigdemont en Alemania nos conduce a un nuevo escenario dentro de la crisis catalana. Un escenario lleno de interrogantes, oscuro, en el que chocan continuamente como si fueran muros de hormigón el estado y los partidos independentistas.

El independentismo catalán se encuentra descabezado y con sus principales líderes en las cárceles españolas, europeas o huidos de la justicia pero lleno de victimismo, su discurso favorito. Sólo hay que volver a escuchar la sin razón de discurso del President del Parlament, Roger Torrent, tras la detención de Puigdemont, en la que pronunció esa frase tan poco acertada en la que exclamaba “que ningún juez puede perseguir al presidente de todos los catalanes”, como si las urnas procuraran inmunidad ante la justicia y te dieran carta blanca para poder cometer todo tipo de delitos. No hay mayor delirio posible que defender la democracia desde esta afirmación.

Todo un despropósito de discurso que viene a plasmar la realidad que se viene observando los últimos meses en Cataluña. Dos formas opuestas de ver como ocurren las cosas y los hechos. Una basada en la justicia divina y, la otra, con las leyes de su lado. Dos bandos que viven en realidades paralelas desconectadas una de la otra. Viviendo una paradoja muy peligrosa, que los distancia cada vez más y que los separa cada segundo de una posible solución al conflicto.

El principal problema de los partidos independentistas catalanes ha sido subestimar el papel del estado español y la fortaleza de su estado de derecho. Desde la ceguera que les aporta el creerse en superioridad moral con el resto de españoles, no midieron sus acciones ni consecuencias. El estado, sin hacer política, se defiende con sus leyes, que no es poco, ya que es la garantía de la convivencia.

Mientras, el independentismo catalán no admita su derrota y acepte luchar por sus objetivos dentro del marco legal que ahora odia, no va a haber solución posible. Eso sí, el estado no debería buscar una victoria descarnizada porque alimentar el odio no lleva a ningún sitio. Los gestos de generosidad son importantísimos en periodos de crisis y desconfianza mutua. La única salida es empezar a generar confianzas.

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