Patio de butacas
Felipe Fernández
Si por algún extraño deseo del genio de la lámpara, alguien hubiera estado ausente de la realidad durante los últimos diez meses, tendría muchas dificultades para creer lo que ve, como si de un replicante cualquiera se tratara. Confundido por las aseveraciones y desmentidos, despistado por las afirmaciones negadas al minuto siguiente, turbado por las versiones opuestas -a menudo imposibles- de los medios de comunicación, buscaría desesperadamente al genio para regresar a su estado de hibernación, suplicando bajarse del todo, como buen lector mafaldiano. Pero los genios de la lámpara no existen – al menos, eso nos han dicho – de tal suerte que no tenemos más remedio que creernos lo que vemos, aunque sea a nuestro pesar. Así que, acongojados por esta emergencia sanitaria que ha puesto nuestras vidas boca abajo, observamos incrédulos como todos los remedios sugeridos para atajar la amenaza vírica consisten en restringir libertades, minimizar el ocio y mandarnos callar. Los terapeutas de acento porteño estarán frotándose las manos, porque un español sin bares es víctima propicia para charlatanes y chamanes. Como ya no podremos despotricar en las barras para arreglar el país ni decidir quién debe ser el próximo presidente de Estados Unidos, nuestras frustraciones irán en aumento y los gabinetes de escuchadores profesionales se expandirán en la misma proporción: he aquí una profesión con futuro. Aunque más allá de todas esas prohibiciones que algunos nos indican con deleite mal disimulado, la que impone el silencio en medios públicos de transporte me ha producido una especial inquietud porque no puedo imaginarla. Para empezar, he pensado en todas aquellas personas de mi entorno a las que tanto les gusta el uso de la palabra y en cómo sufrirían con esta prohibición; pero además, me he acordado de toda esa gente que te saluda por las mañanas con un simple comentario sobre el tiempo o te pregunta acerca de tu familia por el simple placer de conversar, y no soy capaz de hacerme a la idea. ¿Qué será lo siguiente, prohibirán las miradas?; ¿cómo surgirán las relaciones personales?; ¿cómo se alimentarán?; ¿volveremos a la mímica? Ahora lo entiendo, querían que desarrolláramos otros sentidos, otras capacidades. Lo han hecho por nuestro bien, como todo lo que nos indican. ¿Por qué seremos tan ingratos?