refugiado

Mi ojito derecho /
Clorinda Power

Imagina que delante de ti hay un mar. Mira a izquierda y derecha y mira también detrás y descubre que estás completamente rodeado de agua. Imagina que estás apoyado sobre una plataforma de medio metro cuadrado que poco a poco se sumerge bajo tus pies. Y ahora imagina que un viejo tablón de madera te pasa a unas brazadas de distancia y que saltas y te salvas. Imagina que lo siguiente que te pasa a unas brazadas de distancia es un yate de un jeque árabe y que saltas y te salvas.

A veces, muchas veces, es cuestión de suerte que tu salvavidas esté hecho de madera o de acero para barcos. A veces, muchas veces, es cuestión de estar en el lugar y en el momento adecuados: con el agua al cuello. A veces, muchas veces, te salvas sin la oportunidad de elegir el medio. A veces, muy pocas veces, pasa un yate entre un millón de tablones de madera. De ti no depende más que la envergadura de tus brazadas para alcanzarlo. De ti lo único que depende es creerte que ese yate pasa delante de ti porque te lo mereces.

Últimamente escucho demasiado el cuento del sueño americano, del hombre hecho así mismo al que un día, por fin, el mundo le recompensa con un botín digno de su valía. Ese hombre seguramente sea valioso, no me cabe la menor duda. Pero ese razonamiento ¬deja al resto de hombres sin botín al borde del fracaso.

Permitir que nos convenzan de que si no conseguimos el éxito es porque no lo hemos peleado lo suficiente, o peor, porque no nos lo merecemos, es no solo un error, sino una absoluta mentira. Y no se trata de filosofía, sino de estadística. Hay más tablones de madera que yates. Pero unos y otros navegan por las mismas aguas. La intención de abordarlos responde a una necesidad: salvarte. Y ya si en el yate resulta que hay un marinero que es primo hermano del cuñado de tu madre, no solo te salvas ese día, sino que te puedes salvar el resto de tu vida.

Así que menos aires de grandeza, menos sueños americanos, menos hombres hechos así mismos, y más reconocer que una vez te vino Dios a ver, te echaron un flotador de Hermès, te agarraste y te salió bien.

Artículo anteriorSueños
Artículo siguienteYa no te quiero

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí