Desde mi ventana
Carmen Heras

Les envían pequeños obsequios: que si unas pizzas, unos dulces para el café, unas frutas….Algunos de los establecimientos extremeños se los regalan a los sanitarios de la localidad. Como agradecimiento, como un premio para que no desfallezcan en estos tiempos duros del coronavirus. La buena gente es así. También mi madre lo hacía con el médico que la curó una de las veces. La enfermedad nos vuelve del revés, o nos recoloca, como no. Extrayendo lo peor o mejor de cada uno. Cuando el domingo pasado se vieron imágenes de padres y niños incumpliendo las normas establecidas para evitar los contagios, los sanitarios tuvieron su propio conato de protesta, su cacerolada particular, y alguno hubo que manifestó su enfado en las redes. “¿Cómo? Que yo voy a estar exponiéndome a diario para que luego cuatro inconscientes, solo por darle gusto al cuerpo, produzcan contagios sin ton ni son?” (repetían)

Darle gusto al cuerpo. He ahí la clave. No se debe consentir (enunciaban rotundamente nuestros mayores), porque luego el organismo se acostumbra y ya no se hace vida de él. Resulta sumamente curioso que la pandemia ponga en valor las viejas ideas de filosofía doméstica que nos enseñaron. La de que todos estamos conectados como especie mediante algo parecido a un hilo invisible, insertados en un único diagrama, de modo y manera que lo que unos hacen, más pronto que tarde, repercute sobre los demás. Y, por supuesto, la de que no conviene otorgarle al cuerpo todos sus deseos, porque se vuelve débil, sin resistencia para subsistir. Y ahora toca hacerlo.

Una de estas noches, de entre la información que recibo, escucho decir a un doctor, recuperado del ataque del Covid-19, que puede que el virus esté volviendo intermitentemente durante los dos años próximos y que el sistema sanitario y cualquier ser humano ha de estar en disposición de instaurar intermitentemente un ritmo de salidas esporádicas, junto a encierros en casa que rompan la cadena, geles, guantes y mascarillas, si se ha de deambular por lugares públicos poblados.

Vuelve a darse importancia a los estudios urbanísticos sobre nuestras ciudades. Desde un punto de vista social. La redistribución de los espacios, la estructura de las casas y zonas verdes implica una forma de vida considerada estándar, apropiada a un tipo medio de cliente, que no siempre sirve para todos. El confinamiento ha puesto imagen a nuestras viviendas de una manera mucho más fidedigna, al pasar ahora mucho más tiempo en ellas. Y así hemos percibido mejor los detalles que faltan e incluso sobran, dimensionando de otro modo sus detalles: esa claridad que entra por la ventana, la belleza del parque cercano, y los pajaritos que pían a primera hora de la mañana, cuando el día nace, llegado el buen tiempo que invita a abrir ventanas y miradores. Hoy por hoy, el espacio privado ha ganado la partida al espacio público y eso, junto al tele trabajo, tendrá sus derivadas. Sobre todo en los países del sur, como el nuestro.

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