Enfrascado durante años en la traducción del ‘Shobogenzo’ (editorial Sirio), un libro esencial del budismo zen, Pedro Piquero pone punto y final a este arduo trabajo que ha supuesto traducir la recopilación de los discursos de un monje japonés del siglo XIII. Además, este pianista sevillano, afincado en Badajoz, también acaba de presentar la edición de un disco sobre la música del desconocido Joaquín Montero.
Con este IV volumen del ‘Shobogenzo’ terminas la traducción de este libro esencial del budismo, ¿qué poso te deja este arduo trabajo?
¡Me deja el poso del agotamiento! (risas). Verdaderamente, creo que ha sido un trabajo extremo como pocos, pero merecedor de cualquier renuncia o sacrificio. Uno acaba una traducción semejante agradecido por haber podido sobrevivir a esta ingente tarea y esperando no haber faltado al honor que el autor merece.
¿Cómo llegaste al budismo? ¿Y qué te aporta?
Al budismo llegué en busca de respuestas por una crisis personal hace15 años. En vista de mi clarísima incapacidad para desarrollar un equilibrio personal, y mi manifiesta bajeza ética en muchos casos, comencé a buscar respuestas y soluciones.
Primero, como casi todo en mi vida, vinieron en forma de libros, pero se quedaron insuficientes por poco prácticas. Finalmente, después de algunos coqueteos con el yoga, resolví comprometerme con la práctica budista.
En relación a su segunda pregunta puedo decir que mi vida fuera de éste se sometería a unas fuerzas de inestabilidad que a saber cómo me habrían afectado si hubiera continuado por el pernicioso camino que por entonces recorría.
El ‘Shobogenzo’ se vende como una obra que pretende acercar al lector al verdadero significado de la realidad. ¿Cuál sería tu interpretación después de tanto años imbuido en el texto de Dogen?
Cuando a Gudo Wafu Nishijima le preguntaban qué era el budismo, respondía: “El budismo es realismo”. En mi opinión, la realidad no es un pensamiento, un sentimiento o una emoción. Tal vez sea la indivisible conexión de todo, incluyendo lo existente y lo inexistente. Tan solo puedo hablar por mí.
Además de la intensa labor de traducir el ‘Shobogenzo’ ahora has presentado la edición de un disco sobre la música de Joaquín Montero. ¿Qué se puede esperar de este trabajo?
De mí ¡lo peor! (risas). Bueno, yo siempre cuestiono mucho mis dotes como intérprete. Preferiría decir que Joaquín Montero es uno de esos compositores que hacen que cualquier persona se alegre y se arrepienta a la vez de ser española; que se alegre por tener un autor de nuestra nación tan extraordinariamente sensible, atrevido y sutil, y que se arrepienta porque es inexplicable el peso nulo que ha tenido en la cultura del país.
Por qué es tan desconocida la figura de Montero; uno de los compositores españoles más destacados del siglo XVIII…
A ciencia cierta lo desconozco, aunque sugiero que, una vez más, tal vez se deba al desinterés general por lo nuestro. ¡A saber cuánta gente valiosa permanece olvidada injustamente por desidia cultural!
Además, está en marcha la producción de un documental sobre su vida y obra. Háblanos un poco de este proyecto…
Bueno, ante todo decir que, aparte de aparecer en dicha obra más de lo que desearía, se trata de un proyecto de Rubén García. La película va mucho más allá del mero documental biográfico. El encargarme de la producción ejecutiva ha sido un honor inesperado.
Con Rubén, además de amistad, comparto una pasión desmedida por el séptimo arte. El tremendo esfuerzo que supone gestionar un largometraje documental de estas características es un riesgo a muchos niveles. Estoy seguro de que cuando el público vea esta delicatesen visual se entusiasmará tanto como yo lo hice al verla por primera vez. Con toda sinceridad, y esto no es “amor de productor” ni de amigo, creo que el enorme talento audiovisual de Rubén se expone en esta película por sí mismo.
Eduardo Villanueva /