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Los 189 países que allá por el año 2000 formaban parte de la ONU se propusieron alcanzar una serie de metas para hacer de este mundo un lugar mejor. Nació así uno de los espejismos más frustrantes de esta era moderna: los Objetivos del Milenio. Previstos como un contrato de obligado cumplimiento pasaron a ser un puñado de buenas intenciones. Se daban exactamente 15 años, desde el 2000 hasta el 2015. El resultado, sin embargo, está siendo desesperanzador. Con tan solo doce meses para alcanzar la fecha límite, la desigualdad sigue creciendo entre poderosos y miserables. El hambre continúa siendo la asignatura pendiente del hombre, que curiosamente puede aterrizar un chisme a miles de kilómetros de la Tierra, pero es incapaz de frenar la mortalidad infantil, el objetivo número 4.

Resulta escalofriante: 19.000 niños muren al día por causas evitables, un tercio por desnutrición. Pero no nos equivoquemos considerando este problema ajeno a nosotros, como si fuera un mal endémico de la realidad africana. España es el segundo país de la Unión Europea con mayor índice de pobreza infantil tan solo por detrás de Rumanía. El día a día para muchas familias consiste en acudir a los bancos de alimentos repartidos por todo el país. Miles de personas hacen cola en los servicios de abastecimiento social como única fórmula para mantener a los suyos. La crisis económica y la depredación financiera que subyace ha disparado las tasas de riesgo de exclusión hasta cotas desconocidas.

La pobreza se ha hecho compañera habitual de nuestras familias y amigos, ya no hace falta sentir lástima en Sudán o Filipinas, nuestras calles y barrios son testigos de esta enfermedad social. Y sin embargo no es una dolencia crónica. Tenemos mecanismos suficientes para solucionarlo. No es una cuestión de capacidad, sino de voluntad. Tenemos la obligación de erradicar los males que ha generado el ser humano. Con este especial de UNICEF contribuimos a construir un mundo más justo con la sensibilización de nuestro entorno inmediato, que es, al fin y al cabo, donde comienza a fraguarse el cambio.

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