docencia

Desde mi ventana /
Carmen Heras

Yo amo la docencia. Lo descubrí por casualidad. No lo había pensado. Hice Ciencias Físicas por la rama de Electrónica y me veía en una fábrica o una empresa gigante trabajando con aparatos tecnológicos.

Pero de repente todo cambió cuando me llamaron para un puesto de profesora en un centro universitario de una pequeña ciudad de provincias. Fueron años muy activos y vitales, que viví con fruición.

Recuerdo lo estricto de mis planteamientos profesionales de entonces, lo estricto de mis evaluaciones. Al ser la Matemática la disciplina que imparto todo era más complejo pues son conocidos los recelos que produce dentro y fuera del aula.

Mi pelea era con los números de las notas, sobre todo con los decimales. Los alumnos de entonces, algunas veces me lo recuerdan: «un 4,8 no es un 5″ .-decía yo entonces…»hay que aplicarse». Y los dejaba para septiembre. En el afán de que estudiaran un poco más.

Sin duda, una nota no es otra nota. Sin duda lo que se toma como nivel hay que respetarlo. Pero a medida que aumentaba la experiencia me fui dando cuenta de que todo no se reducía a la nota final de unas pruebas, sino que existía un proceso, unos tiempos, unas formas, un discurso, unos argumentos, una trayectoria… que demostraban mucho más nítidamente las competencias adquiridas o no por quienes se examinaban, la bondad o no de sus actos. Poco a poco cambié mi perspectiva. Importan las cifras evaluatorias, qué duda cabe, pero importa más la construcción personal que nos lleva ahí.

Hoy soy más justa cuando «pontifico». Curiosamente las corrientes pedagógicas en boga me han dado la razón. Por pura lógica. A mí y a tantos otros como yo, que intentamos seguir aprendiendo en todos los órdenes de la vida. Hemos descubierto que los contextos tienen su importancia y las trayectorias, también. Y sobre todo que las construcciones mentales bien logradas son las que permiten al estudiante ser luego buen profesional. Y eso no se mide con una nota única en un único juicio, en una sola asignatura.

Por ello cuando algún responsable de Google, tan en alza hoy en el mercado, afirma que busca, para trabajar en su empresa, personas con habilidades y competencias por encima de currículos perfectos, entiendo lo qué quiere decir. Nuestros tiempos son suficientemente complejos como para creer que saltando «vallas» de unos y de otros podemos convencernos de nuestras posibilidades. Eso no es así.

Me enorgullezco de haber tenido muchos alumnos, la mayoría de los cuales me recuerdan con agrado y respeto. Aunque solo esto importara habrían merecido la pena mis muchos años de profesión. En las relaciones humanas de todo tipo deben existir unas cuántas gota de empatía si se desea que las mismas funcionen y exista ecuanimidad en los juicios, en los premios y en los castigos.

Sobre todo porque tal como parece, la vida funciona en círculos y siempre todos (los «buenos» y los «malos») volvemos al primero y más importante. Y conviene llegar con algo positivo en las manos, amigos. La intransigencia no es una virtud.

Artículo anteriorPepa y Paca, de crucero
Artículo siguienteExilio

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí