refugiados-1937

Reflexiones de un tenor /
Alonso Torres

Cuando mi padre, reuniéndonos a todos los que conformábamos la familia (y ahí se incluía a criados y criadas, preceptores, tíos, tías, primas y primos en diferentes grados, amigos y amigas, hermanos y ellos dos, madre y padre) nos reunió en el salón antes de comer, todos pensamos que se iba a hablar de la guerra, como siempre, que hablaría él del avance del ejército rojo, de la derrota, otra más, que habían sufrido los nuestros, de la ayuda que no acababa de llegar, de los Zares, de Alemania, del mundo civilizado o incluso del incivilizado, pero no, mi padre fue tajante, “hoy no comeremos en casa, nos marchamos en una hora, ¡en una hora! Hay que recoger todo aquello con lo que se pueda viajar, todo lo que sea de valor material: oro, plata, joyas, alhajas y dinero, ¡todo! Solo las cosas imprescindibles, algo de ropa y muda, algunas fotografías, algún juguete, algún libro, nada de cuadros –dijo mirando a una de mis tías abuelas, la que seguía vistiendo ´a la manera antigua`-. Solo aquello con lo que creamos que no vamos a poder seguir viviendo si no lo tenemos a nuestro lado, nada más. Los perros se vienen con nosotros”, y dicho esto se fue a la entrada principal, desplazó hasta allí su butaca de terciopelo verde gastado, y con los pies apoyados en una maleta rígida de piel de búfalo miró hacia fuera a través de la puerta abierta; nos esperó durante una hora, luego, el que estuvo listo, se subió a los coches, a los carromatos, a los carros, y los que no, tuvieron que correr, y corrieron, vaya si lo hicieron. Dada la orden nadie se atrevió a decir nada, todos nos dispersamos buscando algo que nos aliviara en el exilio, esa palabra que no conocía y que a partir de entonces hice mía, exilio (“hay demasiadas patrias para elegir solo una”, escribiría más tarde Gregor von Rezzori).

“Mi intención ahora es ir a Crimea, no vamos a ir más al este, aquí solo hay abedules; intentaremos llegar antes que los rojos a Krasnodar, y si ya están allí, pediremos ayuda a Vasili, que aunque es comunista, es de la familia, y de ahí a Sebastòpol, luego un barco y… ¡y Dios decidirá!”. Con esto supimos que no íbamos a continuar internándonos en Siberia siguiendo las propiedades familiares, nuestras fincas, y que mi padre lo daba ya todo por perdido. Mi madre seguía sin hablar, solo fumaba, desde que salimos se había limitado ha estar sentada sobre parte de su ajuar y a fumar. Apenas comía.

Meses después el vodka que bebieron se bebió en cubos, y no es una imagen que tenga que ver con la cantidad de alcohol que se consumió, no, se bebió, literalmente, en cubos, cubos traídos desde la cercana hospedería, “The Old Success”, donde habían organizado la fiesta –celebrábamos, celebraban los más mayores, pero no los más adultos ni los viejos, la Bendita Resurrección de Jesucristo Salvador y Su Sangre Derramada-, y el volumen de lo bebido podría haber llenado, sin duda, la piscina de un hotel de Hollywood, como más tarde se hizo en más de una ocasión. ¿No estábamos todos lejos del hogar?, pues bebieron vodka como si estuvieran en él. Había también vino de Madeira, sí, pero las botellas sirvieron para que las chicas hicieran puntería con una pistola que apareció por allí (nadie resultó herido en aquella jornada, por lo menos por arma de fuego).

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