Desde mi ventana
Carmen Heras

Recuerdo que una tía política, residente en los alrededores de Madrid, cuando llegaba al pueblo extremeño de donde era oriundo su marido, siempre comenzaba cualquier frase con un desdeñoso latiguillo: “Nosotros cuando venimos a provincias…”.

La primera vez que se lo oí decir me quedé estupefacta. Me pareció algo fuera de lugar. Yo nunca he alardeado de mi lugar de procedencia. Tampoco de lo contrario. No me avergüenzo de él, evidentemente, pero no veo ni mérito ni deshonra en haber nacido allí, al fin y al cabo nadie pide licencia al ayuntamiento para nacer en un sitio determinado. Más bien son las circunstancias, familiares y personales, de la madre, las que originan que sean unos u otros nuestros lugares de procedencia. A los que llegan a este mundo ni se les consulta.

Y porque no tengo (a priori) como ventaja el nacer en un sitio geográfico determinado, ni vivir en un lugar preciso y no en otro, nunca me ha gustado formar parte de ningún lobby por muy inocente que haya sido su formación, y todos sus integrantes lo hagan simplemente para comer unas ricas viandas, en buena amistad, una vez al año.

Lo anterior no quiere decir que no entienda el por qué de su existencia. El español que se ha ido a trabajar a otro país distinto del suyo, puede encontrar un cierto alivio a la nostalgia al reunirse con otros españoles, hijos de la misma tierra. Es como cuando vas a hacer unos recados a Madrid y en medio de la Gran Vía te encuentras con alguien de Extremadura; sucede que te alegra tanto que lo saludas como si fuerais hermanos de sangre. O cuando en tu visita (pongamos por caso) a Inglaterra tropiezas en el hotel con personas de Murcia. Te abrazas a ellos, sin protocolos. De corazón.

Eso es una cosa y otra creerse mejor que el resto por haber nacido en un lugar y no en otro, observándolo todo con conmiseración. Resulta tan perfectamente anacrónico…Muchas veces me invitaron las Casas de Extremadura creadas por emigrantes extremeños en toda España. Tan cordiales. Los socios intentan conservar las costumbres y el folklore provenientes de sus pueblos de origen, comer sus productos y beber el vino hecho con la uva de sus viñas. Y ya. Sin mayores dislates. Supongo que para no perder la memoria. Aunque su queja era siempre la misma: “las nuevas generaciones no quieren seguir esta tradición, en algunos casos han nacido fuera de Extremadura y ya no se sienten tanto de allí”. Ley de vida. También el trabajo hecho por los primeros acabará. Que se le va a hacer.

Supongo que, de alguna manera, nos definen los grupos de los que aceptamos formar parte. Si nos integramos o no en ellos, nunca es por casualidad, sino porque intentamos encontrar otros seres humanos con los que comunicarnos o con los que compartimos intereses. De esto último habría mucho que debatir. Si las cosas siguieran como parece, cada vez veremos más explícitos los grupos de presión en cualquier asunto de importancia grande o pequeña. Y esos sí que son verdaderos lobbys.

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