Historias de Plutón
José A. Secas

Un viejo amigo, imaginativo y visionario, amante de la historia y profundamente inteligente, en una  de las muchas e interesantes conversaciones que mantuvimos, me transmitió una teoría futurista asentada en reflexiones a propósito del devenir del mundo y de la condición del ser humano. Mi amigo sentía tanta fascinación por los hitos de la más reciente historia (I y II Guerras Mundiales) como por la ciencia ficción, la filosofía o la tecnología. Gracias a él accedí al despertar de nuestra era y mi primer ordenador -hablo de los albores de la década de los 90- lo puso él en mis manos. Su vaticinio del futuro, cuarenta años después de formularlo, auguraba una tercera guerra mundial donde no serían las civilizaciones, los bloques o las ideologías las que se enfrentaran por dominar, subyugar o eliminar al enemigo. Mi amigo me anunció que en el futuro, el conflicto global confrontaría a los pobres contra los ricos. Ni más ni menos.

Hoy me animo a volver a escribir en mi querida Avuelapluma y lo hago estremecido por las noticias, expectante ante los acontecimientos en los que me veo involucrado y considerando  permanentemente las teorías que tantos años atrás me transmitió mi amigo. Cada día que pasa siento como nos abocamos a esa terrible situación y me da miedo. Cada vez confío menos en las palabras, el entendimiento, el diálogo… Vamos directamente a la guerra. Yo sé perfectamente cuál es mi bando. Miro alrededor y solo veo seres humanos igual de pobres que yo, pero tan adocenados, tan comprados, tan adoctrinados y tan sumisos que se quieren creer que están del lado de los poderosos, de los ganadores, de los ricos. ¡Qué equivocados!

A medida que la información fluye (manipulada y tergiversada hasta donde pueden, eso si) y la conciencia de la mayoría de la población del Mundo se alinea con sus semejantes, las fronteras se diluyen y solo se aprecia la enorme brecha entre ricos y pobres. Parece muy simplista y un poco injusto meter en el mismo saco a un funcionario de un país en vías de desarrollo, a un indígena aislado de África, Asia o América, a un vagabundo sin techo de cualquier ciudad cosmopolita del primer mundo o a cualquier trabajador de la industria o del campo de cualquier sitio del planeta. Todos son esclavos, más o menos ilusionados, al servicio de unos cuantos poderosos. Esto es así desde que el mundo es mundo. Los ricos hacen la guerra, se quedan con el botín, esclavizan, reconstruyen, engordan, amasan, manejan y perpetúan su estirpe. A base de amedrentar a unos cuantos indecisos, comprar a unos cuantos bobos y acogotar a un montón de desdichados mantienen el estatus quo de esta humanidad que está en sus albores y a la que todavía le falta un hervor para que cuaje.

Y todo esto porque me duelen muchísimo las atrocidades que estamos viviendo en Gaza (sirva como ejemplo más actual y mediático) y se me revuelven las entrañas cada vez que pienso en los accionistas de la mina de litio proyectada para instalarse en Cáceres frotándose las manos. La diferencia entre estas dos lamentables situaciones que me están tocando la fibra sensible es que el genocidio palestino me queda lejos y la mina la tengo al lado. Ahí radica el problema: en la perspectiva, en una cosa tan relativa como el tiempo y el espacio. Aún no nos hemos dado cuenta de que todos somos uno y que inevitablemente nos vemos afectados por todo lo que pasa en el Mundo entero. En principio no lo notamos, es lento el proceso, la vida es breve, somos cortoplacistas, nos importa poco lo que venga detrás, somos egoístas y poco evolucionados, pero todo llegará a no ser que digamos ¡basta ya!

Desde este rincón provinciano del oeste peninsular ejerzo mi libertad de expresión y alzo mi voz con una remota esperanza de que mi mensaje cale, aunque sea un poquito, entre los pocos indecisos cuyas mentes manipuladas aún no han sido colonizadas por los poderes mediáticos. Hermanos, compañeros, amigos, camaradas, correligionarios, todos, luchad, oponeos, manifestaos, gritad conmigo: ¡No a la guerra! y, por la cuenta que os trae: ¡No a la mina! No permitáis que unos cuantos ricos accionistas de empresas mineras engorden sus fortunas pasando por encima de vuestra salud y vuestro sencillo y cotidiano bienestar. Nunca una palabra tuvo mayor sentido para nosotros, cacereños nativos y adoptados, que la que necesitamos gritar antes los ricos y poderosos que una vez más nos quieren esclavizar: ¡libertad!

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