El iceberg – Microrrelatos
Víctor M. Jiménez

En el puerto de Agrilea, el pescador de sombras recoge las redes cuando un sol bermellón arroja su reflejo entre la bruma espesa que precede al amanecer. El cielo se impregna de pinceladas amarillas, naranjas y moradas sobre un lienzo gris oscuro y los contornos difusos de los barcos mercantes se acentúan y escapan del anonimato de la noche.

Desde la ventana de la habitación, la muchacha contempla el nacimiento del día sobre un mar salpicado de brillos metálicos. El último cliente se ha marchado y está agotada. La noche ha sido larga y generosa en besos vacíos. Hace balance de los billetes y las marcas de su piel. Las cuentas no cuadran cuando el corazón se encoge por el frío de la mañana. Oye cantar a un marinero borracho y cierra los postigos de la ventana de un golpe. La oscuridad se extiende por la habitación en el instante en el que la luz del sol estalla y despeja las últimas tinieblas. A tientas busca el camastro, se tumba y se cubre con unas sábanas impregnadas de ausencias y sudor. En el puerto, la vida comienza a latir. La muchacha cierra los párpados y una lágrima perdida rueda por su mejilla.

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