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Historias de Plutón /
José A. Secas

De todos es sabido que el concepto de distancia es, como el del tiempo, relativo y que la presencia física cercana no implica necesariamente que esa proximidad afecte de un modo u otro a las personas, del mismo modo que la lejanía o cercanía en el tiempo o en el espacio afecten a los sentimientos, al amor o a la amistad. Todos sabemos de casos en los que amores y amistades se han mantenido a pesar de kilómetros de distancia o de años de separación de igual manera que se han visto apagados esos sentimientos entre personas que conviven y se tocan un día si y otro también.

Si a esta relatividad le unimos las distintas varas de medir que cada cual usa, las conclusiones nos empujan a valorar estos términos subjetivos de un modo, si cabe, aún más inconcreto y, consecuentemente, menos equiparables. Lo que para unos es todo, para otros no es nada; lo que algunos consideran como poco, otros lo aprecian como suficiente. Ya saben: “nada es verdad ni es mentira sino del color del cristal con que se mira”. A esto añadiría que con respecto al tiempo y a la distancia el problema de multiplica ene veces (cuando “n” tiende hacia infinito).

A las tecnologías de la información y la comunicación de las cuales gozamos en estos tiempos modernos, nos adaptamos (y ellas a nosotros) con la misma facilidad y normalidad que ocurren todas las cosas de la vida. Independientemente de la inmediatez, las prisas, las facilidades, la futilidad, la fragilidad o la caducidad de las comunicaciones actuales, los sentimientos de ansiedad, dejadez, espera, avidez, olvido o dependencia se han perpetuado (adaptándose a los tiempos) y se mantienen inexorablemente unidos a la condición humana. Antes esperábamos días para recibir una carta y ahora minutos para recibir un whatsapp pero seguimos disfrutando o sufriendo los mismos sentimientos. Más deprisa, más cantidad, quizás con menos calidad pero, siempre, con mucha (o poca) relatividad.

En este aspecto, como en todos los que afectan a las relaciones entre personas, lo más prudente y sensato es tratar de aceptar la actitud de los semejantes y entender que el amor o la amistad no dependen del tiempo que se tarda en contestar o del rato que se pasa juntos (o separados). Busquemos la calidad y disfrutemos de la compañía o de la comunicación en la medida que surja y fluya; sin forzar, fluyendo… También sugiero que seamos naturales y espontáneos porque forzar las situaciones (los encuentros, las conversaciones) para agradar a la otra persona no deja de ser un acto donde, también con total relatividad, concedes un valor (relativo) a una actitud que puede ser apreciada por la otra persona de muy distinto modo.

Brindo por los ausentes cercanos, por los amigos de siempre, por el amor incondicional, por las distancias cortas y por ti, que tanto demandas y tanto ofreces, que tan pocas veces me reclamas y de quien tanto me acuerdo. Te añoro menos de lo que tu quisieras pero te siento cerca de lo que tu te crees. Ya te lo diré cuando te vea. Y si, este brindis también es algo relativo.

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