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Con ánimo de discrepar /
VÍCTOR CASCO

En mis tiempos de adoctrinamiento católico leíamos el catecismo y la historia sagrada. Sólo con el tiempo empecé a comprender que la resistencia a la lectura directa de la Biblia —palabra de Dios, según los curas— escondía algo raro. Y cuando finalmente leí ésta entendí por qué: los dogmas del catolicismo tienen poco que ver con lo que se expone en «El Libro de libros»: ni virginidad perpetua de María, ni papado de Roma, ni María Concepción, ni Trinidad, ni Jesús Dios, ni muerte a los 33 años…

La Iglesia Católica ha hecho todo lo posible por impedir que el gran público tuviese acceso directo a la fuente de sus doctrinas. Lo hizo durante siglos, impidiendo que se tradujera a las lenguas comunes de las gentes y autorizando su edición en griego o en latín.

Los dogmas del catolicismo tienen poco que ver con lo que se expone en «El Libro de libros»

En España la iglesia permitió la primera edición en castellano en 1793, la traducida por el esculapio Felipe Scio llena de anotaciones. Los protestantes españoles tradujeron su Biblia en Basilea en 1569 (la Biblia de Casiodoro de la Reina o Biblia del Oso) y en Amsterdam en 1602 con la edición a cargo de Cipriano de Valera, prohibida en España hasta 1868.

Como nota de interés diremos que los judíos españoles también tradujeron «su parte» en el siglo XIV y en la Italia de 1553.

Y aquí seguimos, en pleno siglo XXI y los católicos adoctrinan a sus huestes fundamentalmente con el catecismo.

Claro que los evangelistas sí leen mucho su Biblia; y lo que es peor, pretenden aplicarla sin vaselina ni protección. Lejos de ellos la funesta manía de pensar que no todo se tiene que aplicar literalmente y ahí tienen a muchos de ellos insistiendo que la evolución es falsa, que dios nos hizo en el año 6.000 a.C. en un solo día – a todos, hombres, mujeres, animales y plantas al instante y con todos los atributos propios -, que convivimos dinosaurios y homo sapiens y que los primeros perecieron en un terrible diluvio que se llevó todo por delante. ¿Dónde fue luego el agua sobrante? ¡ah! Misterio de Dios.

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