c.q.d./
Felipe Fernández

Una más de las muchas obligaciones que tenemos los padres respecto de nuestros hijos es la de dejarles un mundo mejor, más amable y más habitable que el que nosotros recibimos. Y no solo desde el punto de vista del respeto por el planeta y de la constatación de los avances tecnológicos, médicos o científicos, que también. Es evidente que, si echamos la vista atrás unos pocos años y advertimos la evolución en determinados asuntos, resulta apabullante e incluso difícil de creer todo lo logrado, sobre todo en lo que concierne a la tecnología. Los teléfonos móviles, los coches, los televisores, la informática, la aeronáutica son algunos ejemplos de la velocidad que ha alcanzado la investigación en algunas disciplinas. Tal es así, que no dejamos de escuchar insistentemente cómo muchos de los puestos de trabajo que se crearán en un futuro cercano ni siquiera existen ahora y necesitarán una capacitación técnica específica y compleja. Sea como fuere, el repetido

Las consecuencias de este sectarismo académico, ya perceptibles, serán fatales en pocas generaciones

bombardeo de los futurólogos de turno acerca de las nuevas profesiones ha influido decisivamente en la mentalidad de familias y estudiantes que, poco a poco al principio, y de manera muy perceptible en la actualidad, abandonan las humanidades y se apuntan en masa a las ciencias, concediendo presunción de veracidad a los oráculos modernos. Las consecuencias de este sectarismo académico, ya perceptibles, serán fatales en pocas generaciones. Así, al lado de eminentes científicos, médicos e informáticos, queridos y apreciados por la mayoría social, -otra vez la oclocracia en acción-, sobrevivirán unos pocos filósofos, filólogos y literatos, haciendo acopio de todas sus energías para demostrar que existe un conocimiento no numérico digno de ser aprendido y transmitido. Estos pocos ingenuos anacrónicos emplearán su tiempo en hablar y escribir sobre valores, principios e ideas universales, e incluso discutirán al respecto cuando sea preciso; esquivando la ideología dominante, mantendrán su apuesta por los libros, por la poesía y la novela, por el ensayo y el teatro, por la escritura y la lectura; navegarán contra corriente y formarán una casta, -esta vez sí-, dispuesta a sobrevivir. Y sobrevivirán; sobreviviremos, porque mientras alguien sea capaz de emocionarse delante de un cuadro, de un libro o de un aria de Bach, nadie, ni siquiera ellos podrán evitarlo. Y eso tiene mucha fuerza.

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