Desde mi ventana /
Carmen Heras

El conflicto de Cataluña nos tiene a todos, muy preocupados. Es grave, sin duda, lo qué está pasando. La otra tarde, sentada en una pequeña terraza tomándome un refresco, escuchaba la conversación intensa de dos mujeres, al lado mismo de nosotros. Y hay que ver la seriedad de sus argumentos.

El conflicto no tiene una única forma de ser apreciado. Opiniones, muchas. Las redes sociales lo muestran. También los medios de comunicación se han desplazado hasta allí para vivirlo en vivo, hasta el fondo.

Creo que lo que más molesta a la mayoría de los observadores neutros es la forma seguida en el proceso, esa especie de huida hacia adelante de los actuales dirigentes, de manera unilateral, sin acuerdos previos con el resto. Lo que llegara después, si es que llega alguna vez, en relación con mayor autogobierno, o incluso con la independencia, molesta menos, siempre que las cuestiones implicadas se lograran consensuar.

El conflicto catalán es grave porque atenta fuertemente contra la convivencia social

Entre quienes defienden que no debe haber ningún movimiento previo a que los gobernantes catalanes depongan su actitud de “ir por libre” y quienes opinan que están haciendo lo qué deben, hay toda una gama de matices que conviene tener en cuenta. Por quien corresponda. Por quien tiene máximas responsabilidades y un sueldo con ellas.

La sociedad en la qué vivimos mantiene una cierta esquizofrenia en su proceder: quiere ser tolerante y al tiempo exige medidas que no dejen lugar a dudas, aunque (hipócrita) critique a quien las practica. Aboga por una amplia representación de partidos minoritarios para quitarle poder a los clásicos de siempre y al tiempo les pide a éstos que se mojen y restauren el orden. Quiere trabajo, pero al pie de casa. Quiere universidad en la calle de al lado, a la vuelta de la esquina. Ama divertirse con su tribu pero reclama descansar sin molestias ajenas. Y así con todo. Alguna vez tendrá que elegir.

El conflicto catalán es grave porque atenta fuertemente contra la convivencia social. Y de muchas y variadas maneras subvierte las reglas de juego que hasta la fecha estaban vigentes, sin consultar a todos los afectados; juega con las cosas de comer.

Siempre he admirado a Cataluña. Cataluña es Europa, decíamos cuántos viajábamos allá. Admirábamos su concepto del trabajo, del orden, de lo educativo… Al parecer nos hemos hecho mayores sin remisión y ya no estamos para demasiadas frustraciones dolorosas. Con mitos destruidos.

Arreglen el asunto los señores que tienen la obligación de arreglarlo. Que disponen de los diagnósticos precisos y de equipos de asesores expertos en política. Que tienen herramientas y recursos para hacerlo. Demuestren su eficacia y su altura de miras.

A ver si así se para un poco el barullo, las informaciones interesadas, el “llevar y traer” de la opinión pública y hasta el de las masas manifiestamente manejables al hurgar en sus tripas.

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