El último diente de leche /
Víctor M. Jiménez

De tanto cortar trajes,
de dar puntadas al aire
y de hablar por hablar,
me veo sobre un caballo
en busca de gigantes.

Como el sabio postuló:
            “Un hombre es esclavo
           de sus palabras”.

Con el lastre de la imprudencia
amarrado a mis tobillos
            -y sin dedal que me proteja-
aspiro a conmemorado
por la estatua del soldado
desconocido
que enmohece en el rincón
menos transitado del parque.

Si el minutero viajara
en sentido inverso
aprendería a morderme
la lengua,

pero no hay remiendo
que cubra este roto.

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