Historias de Plutón
José A. Secas

Todo comenzó oyendo a un hombre hablar de su amigo muerto con mucho cariño y añoranza. Contaba que en sus años de niñez hablaban entre ellos de volar. Esto me recordó que yo también volaba de pequeño. Creo que entre los siete y los nueve años aprendí a volar y por entonces  lo hacía con enorme pasión y asiduidad. Mi familia vivía en un ático desde donde se veía el cole que se elevaba en una cota más alta por aquello de las cuestas de esta ciudad. Al volver a casa atravesaba un descampado que llamábamos “el campino” y que rodeaba el mercado de abastos en frente de nuestro bloque de pisos. En la mirada horizontal, desde el el borde del terraplén que delimitaba el solar hasta la terraza de nuestra casa, empezaban mis sueños recurrentes y habituales. Alargaba mis puños y con un palo entre las manos me lanzaba a volar, como un Superman sin capa, con cartera de cuero a la espalda y un volante recto de madera entre las manos. Era un vuelo lógico. Te ahorrabas tener que bajar por las resbaladeras del terraplén, atravesar el mercado, cruzar la calle y esperar a que el portero, el Señor Pedro, o una persona mayor te quisiera subir hasta el sexto. Lo normal era coger el palo y despegar de un salto. Así lo hacía en mis sueños.

La realidad de los niños de entonces era distinta. Volvíamos solos del colegio a las 13:30 h por la mañana y a las 17:30 h por la tarde. Del primer pase recuerdo algunos pantalones sucios y rotos por el culo, olor a pescado, seis tramos de escalera cargado y bajada desbocada corriendo después de haber dejado la cartera de cuero en casa. Un rato de juegos en la plazuela de la entrada del mercado hasta que tu madre llamaba ¡a comer! Por la tarde ya estaba cerrado el mercado y volvía por rutas alternativas. Tras el trozo de pan y chocolate o untado de fuagrás, un ratino con los deberes hasta que sonaba el telefonillo y algún amigo te reclamaba para jugar. Hasta la hora de cenar que padre nos recordaba con el silbido de los leones “fuipi fuipi, fuiiiiiipi”, no parábamos de jugar, una de las mejores cosas de la vida y entonces, la más.

Jugar en la calle era para lo que los niños han nacido y mejor se les da. Por entonces lo único verdaderamente importante era estar con tus amigos. Ahora muchos se apañan con las pantallas. Evidentemente, para salir a la calle, como en todo en la vida, influía mucho la época del año con su estado meteorológico y sus horas de sol. Con mal tiempo jugábamos al clavo y era más fácil hacer los guas para echar una partida de bolindres. Teníamos que dejar que se derritiera la pelona. Si llovía había que ponerse a refugio y no había muchas opciones. Pares o nones con los cromos y poco más. A mi también me gustaba jugar con las niñas. Tener una hermana menor que tú es una suerte. Las niñas disponían de muchos más recursos y juegos para estar bajo techo en plan tranquilo. Además cantaban y eso era lo mejor. Disfrutaban de juegos de palmas que combinaban la música con el ritmo y la coordinación. La letras de las canciones eran fantásticas, pero mi gran favorita era “maisé folluti” o como se diga.

Me podría estar horas recordando y contando aventuras y anécdotas vividas de niño con hermanos, primos y amigos. En el cole, en casa, en el campo o en la calle. Jugando, jugando, jugando y jugando. Pero esta no es mi intención. Vuelvo al principio y me centro en volar. Me voy a la RHAE. Volar. Del latín volāre. 1. Ir o moverse por el aire, sosteniéndose con las alas. 2. Elevarse en el aire y moverse de un punto a otro en un aparato de aviación. 3. Dicho de una cosa: Elevarse en el aire y moverse durante un tiempo por él. Ese bailarín parece que vuela. 4. Caminar o ir con gran pisa y aceleración. Miró el reloj y salió volando. 5. Dicho de una persona o de una cosa: Desaparecer rápida e inesperadamente. Se fue sin despedirse, ha volado de mi vida. 6. Sobresalir fuera del parámetro de un edificio. Esa cornisa vuela poco y nos vamos a mojar. 7. Dicho de una cosa arrojada con violencia: Ir por el aire. Volaron los cuchillos. 8. Hacer las cosas con gran prontitud y ligereza. Cuando le pides algo, vuela. 9. Dicho de una especie: Extenderse o propagarse con celeridad entre muchos. 10. Dicho del tiempo: Pasar muy deprisa. 11. En Nicaragua: engañar, hacer creer que lo falso es verdadero. 12. En Perú -y en más sitios, creo yo-: Estar bajo los efectos de una droga alucinógena. 13. Hacer saltar con violencia o elevar en el aire algo, especialmente por medio de una sustancia explosiva. 14. Irritar, enfadar o picar a alguien. Aquella pregunta me voló. 15. En el ámbito cinegético: Hacer que el ave se levante y vuele para tirar sobre ella. El perro voló la perdiz. 16. También en el mundo cinegético: Soltar el halcón para que persiga al ave de presa. 17. En el ámbito de la impresión: Levantar una letra o signo para que resulte volado. 18. En México y República Dominicana: robar (tomar para sí o hurtar).

Por si esto llega a la RHAE, decir que echo de menos una acepción que recoja el volar como acto de libertad, de imaginación y de valentía. Entre tanto, me quedo con la número 10.

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