Desde mi ventana
Carmen Heras

Leo por ahí que debemos aumentar nuestra autoestima y me digo que vale pero que en todo caso no se haga con profusión de garrote contra el otro, como en el cuadro de Goya, cuya versión más cañí y autóctona es esa pelea entre dos guías turísticos en una pequeña ciudad de provincias como Cáceres, imagino que por cota de clientes o algo parecido, y que ha acabado dirimiéndose en los tribunales. Con la autoestima hay que tener mucho cuidado y debe uno administrársela en pequeñas gotas, como los colirios, porque de lo contrario, si la dosis es excesiva, uno puede verse muy alto aunque solo mida 1,50 metros.

La autoestima es ese algo que permite cerrar las puertas de los comercios o de los lugares visitables por los turistas en días de “puente” generalizado, que logra creer que se vive en el mejor de los mundos posibles, en la localidad más bella del mundo, y ensalzar los palacios y casas solariegas sin conocer su intrahistoria en relación con el entorno, decidir en grupo que un ayuntamiento busca hacer daño, y con alevosía, a sus vecinos y que por eso debe frenarse a sus ocupantes a cualquier precio, y en suma tener siempre en la retina una imagen de sí mismos tan superior a la real, que no haga necesario modificar hábitos de vida o de conducta. Ni los itinerarios ni las expectativas.

En los primeros tiempos de funcionamiento del estado de las autonomías se trabajó mucho en cada una de ellas por crear autoestima de lo propio, de sus características más visibles. Para configurar la estructura. Cáceres siempre miró hacia Salamanca y Badajoz hacia Sevilla. Había que hacerlas converger. La Semana de Extremadura en la Escuela fue una experiencia que funcionó muy bien, con miles de niños y niñas embarcados en actividades específicas, estudiando y hablando sobre sus raíces, con un afán reivindicativo, más en unos sitios que en otros. Se dejó de programar cuando se creyó innecesaria por haber alcanzado sus objetivos. Y lo mismo sucedió con las concentraciones que anualmente se celebraban en un lugar x, en un día señalado.

Ahora todo parece situado en el extremo opuesto. Rebosantes algunos de un tipo especial de autoestima que se mira el ombligo y no cree necesario trascender la propia existencia y buscar más allá. Hay mucho simplismo en ciertos planteamientos vitales y políticos. Mucho protocolo medido y acotado, mucha etiqueta con la que clasificarlo todo sin matices. Tengo para mi que lo mismo que demasiadas veces es el mal uso de la creencia y no la creencia en sí, lo que la prostituye y perjudica, sucede con esa autoestima mal enfocada, que a falta del aderezo del sentido común, elevada sobre sus propios límites, castra los espíritus, en vez de servir para el desarrollo de personas y lugares. Relativizar la importancia de éstos últimos no significa desconocer la importancia que tienen, sino entenderlos como parte de un todo y sentirse corresponsables y agradecidos por ello. Cuando no se piensa que todo está construido perfectamente y ultimado, la persona puja por llegar a más, por vencerse a sí misma. Por mejorar individual y colectivamente, en convivencia más sana. Lo que permite el desarrollo de lo común y del entorno.

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