Cánovers /
Conrado Gómez

Entre “Cáceres, ciudad de las compras” y “más de 70 negocios cerraron en 2016” debe existir una dimensión paralela donde vive la mayoría de nuestros políticos. Ser optimista es un don, cierto, pero sin una toma de contacto previa es complicado mejorar el entorno. Ciñámonos al plan. Por un lado, tenemos a un grupo de políticos —suelen estar gobernando— que defienden su ciudad como la mejor del mundo, y otros —suelen tratar de gobernar— echan pestes sobre el retraso decimonónico en el que vivimos. Miren ustedes, ni una cosa ni la otra. “Cáceres es una ciudad tranquila con calidad de vida”. Buff. Acabo de meter el primer estereotipo que se dice por aquí. “Es una ciudad ideal para educar a tus hijos”. Segundo estereotipo. “En Cáceres nunca pasa nada”. Tercer y último chascarrillo social.

Cáceres es la ciudad de los dimes y diretes. Es el paraje perfecto para tomar conciencia con la vida al más puro estilo del oeste. Cruzando calles conocidas y rostros que lo son aún más. Viejas glorias en busca de una segunda oportunidad. Cáceres es la ciudad del retiro dorado, el oasis al que regresan esos aventureros que salieron en busca de oportunidades a Madrid y Barcelona y que el tiempo o su bolsillo los ha traído de vuelta.

Siempre pensé que los valientes eran los que salían de esta ciudad. El paso de los años me ha demostrado que es justo lo contrario. Admiro a los que se quedaron.

Soy de los que les da vueltas. Me gusta proponer más que criticar, por eso no digo nada de las letras de la Plaza Mayor hasta que no las vea in situ. Porque es una buena idea, independientemente del resultado final. Porque otras ciudades han sacado rentabilidad turística de un nuevo producto. Porque quien no arriesga no gana. Porque hay que equivocarse y prefiero a mandatarios que se la jueguen a los que se quedan esperando que pasen los cuatro años. Si no me gustan lo diré, pero prefiero saltarme esta costumbre tan catovi de criticar a diestro y siniestro

Dicen que el ayuntamiento empezará a notificar a los promotores de actividades que ocupen la vía pública de cuánto cuesta al contribuyente. Me pregunto si nosotros también podríamos hacer lo mismo con el coste que ahorra el ayuntamiento con la programación que deja de hacer porque otros ya se encargan de ello. En una ciudad todos suman, privado y público, y como no lo entendamos desde esa premisa sólo nos espera confrontación social.

Esta semana la columna es más de pensamiento fragmentario que de narrativa. Me ha dado por ahí… y como esta gente de Avuelapluma dice que tenemos libertad absoluta de expresión… pues eso.

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