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Cánovers /
CONRADO GÓMEZ

La semana pasada la multitud enfervorecida se arremolinaba en la entrada del IES García Téllez de Cáceres. La guapísima y ‘colagenísima’ reina Letizia Ortiz venía a inaugurar el curso de FP. La gente, agitada por la emoción de tocar a alguien de sangre real, lanzaba piropos al viento: “¡guapa!”, gritaban desgañitándose. Es fenómeno curioso y comprobado empíricamente la capacidad que tiene el ser humano de volverse de repente monárquico cuando está ante personajes de tamaña alcurnia.

La anécdota de la jornada estuvo en la escisión de una cédula terrorista del ayuntamiento de Cáceres. Por lo visto, una brigada de mantenimiento acudió al centro la jornada anterior ante el aterrizaje real para limpiar las paredes de graffitis y recoger las inmundicias de los alrededores. Todo para que su alteza tuviera una experiencia astral, porque al fin y al cabo, también somos ‘Capital Española de la Astronomía 2015’. Lo más llamativo es que estos operarios de limpieza decidieron por cuenta propia acudir a adecentar el lugar, sin que nadie del ayuntamiento reconociera haber dado semejante orden. Es un misterio. Ya me estoy imaginando al jefe de la brigada dirigiendo el batallón en nombre de la monarquía. “Por encima del ayuntamiento está la Casa Real”. Algo así debió pensar el heroico y voluntarioso funcionario.

¿Es necesario que acudan a los actos públicos toda la cohorte de representantes y arrimados? ¿No bastaría con que fuera la máxima autoridad o el delegado del área?

Por supuesto, la cita contó con las principales autoridades regionales y locales. Y no solo ellos, los correspondientes diputados regionales, nacionales y provinciales, concejales, jefes de prensa, jefes de gabinete, asesores, responsables de redes sociales… en fin, un largo etcétera de representantes de la cosa pública que acuden a todo evento que se precie. Sin olvidarnos de periodistas, allegados y ciudadanos. Estar, a pesar de todo. Estar siempre. Un amigo mío repite incansablemente lo que su padre le transmitió como una de las máximas de este tipo de actos: “si no sales en la foto es como si no hubieras ido”. Y siguiendo esta premisa se coloca con suma destreza al lado del epicentro de interés del fotógrafo.

¿Es necesario que acudan a los actos públicos toda la cohorte de representantes y arrimados? ¿No bastaría con que fuera la máxima autoridad o el delegado del área? ¿La pompa con la que barnizamos todo es absolutamente imprescindible? Estar, a pesar de todo. ¿Da tiempo así a trabajar en algo que requiera concentración o dedicación? Si se trata de estar, ¿por qué no contratamos a actores o actrices que hagan ese papel mejor que nadie? En fin, me temo que de momento esta farándula nuestra seguirá siendo más de apariencia que de esencia.

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