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Mi ojito derecho /
Clorinda Power

Ayer, leyendo un artículo que hablaba sobre la nada, se me metió en el ojo esta bala: “(…) el hecho inconstatable de que no hay futuro”. El autor colocó esta afirmación al fondo de un párrafo y al comienzo del siguiente, sabiendo que su reiteración calculada haría BOOM en mi ojo. El texto habla un poco de esto y un poco de aquello, del tedio en el que andamos sumergidos y del que escapamos ficticiamente durante la primavera, desterramos en verano, y con el que nos reencontramos en otoño. El título del texto: “Guareceos: llega el otoño de nuestro descontento”.

El texto, que como digo habla sobre la nada, también habla de cualquiera que como yo haya resuelto, tumbado confortablemente en su sofá, que lo que nos pasa a nosotros no es ni kafkiano. Lo nuestro es tan patético que no rebasa el mediocre descontento. Ni siquiera reunimos el ímpetu suficiente para considerarnos insatisfechos, solo descontentos, que es como decir “no tengo ni frío ni calor, pero no termino de estar bien, ¿sabes lo que te digo? Pues eso”, más o menos.

Exacto, ni nosotros mismos sabemos explicarlo hasta que llegamos al hecho inconstatable de que no hay futuro y entonces lo entendemos todo y BOOM, bala en el ojo. Nada tiene que ver con el carpe diem, ni con empezar a hacer surf a los 33, ni con viajar a Perú, ni con beberte un whisky a las seis. Tiene más que ver con el enésimo filo del cuchillo, con la angustia que de tan perenne se ha reducido a simple descontento, que de tan repetitivo se ha hecho reconocible y familiar y confortable. Como ese sofá en el que estás tumbado.

Nosotros no alumbraremos segunda generación, porque otra de las cosas que nos definen es que no tenemos dinero ni para perpetuarnos

Y reconocible y familiar y confortable como el hueco del ascensor, como el hueco entre coche y andén, como el hueco que se forma entre clavícula y mandíbula del otro, y donde a ti te gusta meter nariz. Huecos buenos y malos que te gustaría habitar durante mil segundos pero que suelen durar uno porque al ascensor, al tren o al otro, les da por moverse y acaban dejando el hueco inhabitable. Y aquello ya no es hueco sino mina a cielo abierto y vuelves a no tener ni frío ni calor, pero no terminas de estar bien, ¿sabes lo que te digo? Pues eso.

“(….) el hecho inconstatable de que no hay futuro” significa abrazar (¡por fin!) la certeza de que la incertidumbre es lo que nos define. Y esa bala que te estalla en el ojo acaba liberándote de tu angustia y, por tanto, de todos los filos de ese maldito cuchillo. Pero sobre todo te libera del futuro. Te libera, pero no lo destruye. Porque destruir el futuro sería como destruirnos a nosotros mismos, ¡a nosotros, que no tiramos papeles al suelo y que todavía hablamos con nuestras madres los domingos por teléfono!

Y aunque solo sea por eso (por los papeles y las madres), nos hemos ganado el derecho a poblar esta tierra, y a poblarla al mismo tiempo que vosotros. ¡Vosotros, que anheláis el futuro, lo soñáis y lo teméis como el clavo ardiendo que es! Pero podéis estar tranquilos, nosotros no os molestaremos con las certezas de nuestra incertidumbre, al menos no lo haremos demasiado tiempo. Nosotros no alumbraremos segunda generación, porque otra de las cosas que nos definen es que no tenemos dinero ni para perpetuarnos. Bueno, no, lo que no tenemos son ganas.

“Guareceos: llega el otoño de nuestro descontento”, dice. “Pues vais a flipar cuando llegue el invierno”, digo.

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