Desde mi ventana
Carmen Heras

Reconozco que me gustan los textos cortos, pero no por pereza de leerlos o porque cualquier trama me parezca intrincada de comprender. No es eso, sino porque cuando veo relatos de unas cien páginas me siento capaz de hacer algo parecido y ello refuerza mi autoestima. Lo entiendo como mensurable y por tanto asequible.

Escribir un libro es algo difícil cuando se trata de atinar con la trama y el modo de contarla. Sin duda es un don. Como sucede con la danza o el flamenco una cosa es dominar la técnica y otra muy distinta disponer de verdadero arte, esa gracia alada que tienen los buenos artistas. O los grandes escritores.

Hubo una época en la que estuvo de moda aprender a bailar sevillanas y algunos compañeros de trabajo decidieron ir a dar clases particulares dos días por semana. En la sala de profesores, entre clase y clase, nos enseñaban sus progresos en un tiempo en el que los colegas solíamos compartir retazos de la vida personal. Para una gran mayoría, el verdadero duende no llegaría nunca dando prueba de ello lo hierático de los pasos aprendidos. Y su rigidez.

Algo parecido sucede con la interpretación. Cuando Ridley Scott filmó en Cáceres escenas de la película “1492: la conquista del paraíso” hubo varios colegas del claustro que se presentaron a los castings y aguantaron pacientes las largas sesiones de maquillaje que los transformaba en mendigos desarrapados o en individuos anónimos con cara de asombro a la quema de los herejes en la plaza de San Jorge. Extras de relleno al fin y al cabo. Sin más.

Algunos de los que firman libros disponen de una persona para redactárselos. Es otra modalidad. Son gente conocida que aspira a transcender. Desde su propia historia y los avatares de una época. Creen que lo vivido por ellos bien merece un relato encuadernado. Que explique su forma de tratar la realidad, de forzarla o de vivir con ella. Leer el relato de la vida de algún famoso lleva consigo el esfuerzo de introducirse en su mundo tratando de pensar con sus códigos. Para entender.

En otro tiempo resultaría denigrante el confesar que el libro firmado por uno lo ha escrito otro, pero aquí y ahora, con tanto descreimiento, tampoco importa demasiado siempre que no se quiera optar al Premio Pulitzer o algo parecido. Si el libro es de andar por casa y si lo que intenta es explicar a los sobradamente adictos el por qué de algunas tomas de decisión, bien puede salir al mercado en un corto espacio de tiempo (existen hemerotecas de sobra donde consultar) que ya luego los mentideros afines se encargarán de publicitarlo convenientemente como si de una obra cumbre se tratara.

Caminar rápido quemando etapas parece ser la máxima de nuestro tiempo. También el no profundizar demasiado en cualquier asunto. Ir tirando. Aunque afortunadamente no sucede así en todas las esferas de la vida. Porque siempre hay gente ilustrada. Aunque sean los menos. Me pregunto si será suficiente su trabajo para que no desaparezca la excelencia.

Artículo anteriorRally-Escaperoom: en busca del Belén perdido en Cáceres
Artículo siguienteHabla de mi

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí