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Desde mi ventana /
Carmen Heras

La mujer que revisa los papeles guardados se para de pronto ante un recorte de prensa. Se trata de un artículo de opinión escrito por un novelista de éxito. Debe llevar tiempo allí. En efecto, (lo ve cuando analiza la fecha), nada menos que 12 años.

«Lo guardaría por algo interesante» -se dice- y comienza a leerlo. Es una página de revista semanal, excelente, realizada por una persona culta e ilustrada, aunque entremezcle giros y palabras populares. Y hasta tacos.

Habla de la dignidad en cualquier tiempo y situación, aprovechando el latín y los clásicos. Le gusta.

Dicen que hay un tiempo para cada cosa, pero descubrir a alguien a quien le gusta lo mismo que a ella le infunde seguridad. «Ya va bueno tener que ocultar las motivaciones y aficiones propias por aquello de no parecer pedante» -vuelve a decirse-.

«Habla de combatientes y vencidos el tal texto» -reflexiona- en otras circunstancias, si, pero muy similares en demasiados aspectos a las de hoy, desde luego. O quizá no, ni de los unos ni de los otros, perdedores (tantas veces) en el conjunto de la historia. Habla de la civilización que a veces quita y a veces da. Habla de las normas que imponen códigos de conducta. Habla de la razón nublada de los hombres.

Dobla la hoja de papel: «¿no me estaré poniendo demasiado trascendente?» -cavila- «Seguro, pero debí guardar esto por algún motivo»-vuelve a repetirse- y la relee hasta el final.

Dicen que hay un tiempo para cada cosa, pero descubrir a alguien a quien le gusta lo mismo que a ella le infunde seguridad

Se trata de Virgilio y de la Eneida. Ahí queda eso: un poeta excepcional y una obra clásica de la literatura. Se trata de la guerra de Troya, se trata de la historia de unos valientes. Parece mentira que hace tantos, tantos años alguien haya tenido la sensibilidad de captar en unas frases los recovecos íntimos de cada hombre (entendido en sentido genérico) en momentos difíciles en lo que se deben tomar decisiones.

La mujer relee parte del texto. Con interés y curiosidad. No sólo por lo qué dice, también por lo qué subraya:

«Siempre fue mi fragmento favorito, el verso 360, cuando Eneas y sus compañeros, sabiendo que Troya está perdida, deciden morir peleando; y como lobos desesperados caminan hacia el centro de la ciudad en llamas, no sin que antes Eneas pronuncie ese Una salus victus nulam sperar salutem que tanto marcaría mi vida, mi trabajo, las novelas que aún no sabía que iba a escribir: La única salvación para los vencidos es no esperar salvación alguna».

He ahí. Lo firma Arturo Pérez Reverte, periodista de tantas guerras sanguinarias e injustas y cronista de la vieja historia de España.

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