Reflexiones de un tenor / Alonso torres

ANTERIOR… en el mismo día de su cumpleaños, 11 de octubre, El Maestro Cantor, el Prefecto para la Música de la Catedral conocida como La Preciosa, en la bella, noble y antigua ciudad de Reseca (al otro lado de la nación y de su capital, Bienvenida), primero con un compás, y más tarde con la ayuda de un estilete y las delicadas palancas que ha ido practicando gracias, sobre todo, al Libro de la Anatomía del Hombre, de Bernardino El De La Montaña De Monserrate, se ha sacado de la garganta todas las notas musicales que en ella dormían, y tras depositarlas en las rojas semillas de una granada (Punica Granatum), ha salido por la puerta de la biblioteca, la más discreta del complejo catedralicio, y que está por encima del Barrio Judío, para ir hasta el Parque de los Caballos, donde alguien lo espera para un trueque, su voz a cambio de… AHORA… se ha cerciorado, desde el muy disimulado agujero practicado en la pared para observar y no ser observado, que en la calle posterior al convento no hay nadie, y ha salido presuroso dejando atrás cualquier luz. Lleva un pequeño candil entre las manos que más que alumbrar, provoca sombras a su alrededor. En un momento alcanza La Cuesta del Condado, y de allí cae hasta La Puerta de la Virgen, en donde se santigua mecánicamente, entonces, la luz de su pequeño fanal es un poco más potente y le revela a un gato atigrado en los pies del guardia que no vigila, sino que duerme. Sale al exterior, las huertas están a esas horas vacías (tocaron Laudes hace muy poco) y se oye, de vez en cuando, el ronco y grave ladrido de algún moloso que vela por los intereses de los labriegos, o de los amos que alquilan, desde el tiempo de La Constitución (la ciudad, de realengo –por lo tanto no debiera haber nobleza asentada en ella-, se fundó en el año de Gracia de Nuestro Señor Jesucristo de 1228), sus propiedades, y que son una “gloria vendita”, gracias al agua que baja por el Río Verde (brota como un hilo de plata en La Caliza, se ensancha en estos sembradíos, y es torrente cuando llega al río Las Lobas). El eclesiástico pasa por debajo del segundo de los ojos del puente de San Fernando utilizando las maderas que los aldeanos han colocado para no pagar el diezmo, y la figura espectral del convento franciscano se eleva contra el cielo a su izquierda. Hay una calle extra-muros, La De Los Portugueses (con un buen figón para los camineros y un herbolario regentado por una joven y hermosa matrona), que le conduce, directamente, hasta el Parque de los Caballos. Busca, levantando el candil, a ese a quien debe encontrar. Está sentado y embozado con capa charra (broches de plata repujada) cerca del Abrevadero Chico. Se saludan con una ligerísima inclinación de cabeza; en ese momento, del cuello del Maestro Cantor, rodeado por una venda, ha empezado a brotar sangre (despacio pero continuamente). Se lleva la mano hasta allí y nubla su faz, sombría desde que partió, un gesto de dolor. “No te preocupes, pasará pronto”, le dice el del manto negro. “Esto es”, el Prefecto para la Música de la Catedral conocida como La Preciosa adelanta su mano derecha con la granada cuajada de semillas musicales, y el otro le extiende, tras apoderarse del tesoro, la siniestra con un papel en el que se expone <<A Ildefonso Mantéllez Gatell se le concede, gracias a esta cédula, el poder vivir, sin enfermedades, hasta la edad de 97 años con la condición de…>>.

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