Historias de Plutón
José A. Secas

A medida que pasaban los años, la experiencia se iba convirtiendo en un activo y ya no se tomaba las cosas tan a pecho. Conservaba ese brillo en los ojos que delata al curioso o al apasionado, tanto como su mirada franca y su trato sincero pero ya conseguía relegar la impaciencia, el peso de la responsabilidad excesiva, la autoexigencia o la ambición, a ciertos lugares de reposo donde sus ruidos no le impedían vivir con intensidad y plenitud. Esa capacidad de desprenderse emocionalmente de lo superfluo se la atribuía a la escuela de la vida; a los años, simplemente.

Aquél joven precoz, atolondrado e impulsivo que se alimentaba y regalaba ilusiones, se plegó al ritmo que marca la vida y sacó adelante, en su etapa de “madurez”, proyectos personales y profesionales a base de trabajo estresante y presión por las circunstancias. Las sucesiones de acontecimientos vitales colocaron su existencia al albur de las mareas de las crisis y vivió las resacas con resignación y, a veces, amargura. En un momento dado, aceptó que ya nada era como un día fue y, ni de lejos, como quizás antes soñó. La vida le colocaba en un lugar, en un tiempo, bajo unas circunstancias especiales: las del momento presente. Un momento del que se hizo cargo y al que comprendió y aceptó en toda su magnitud. En ese instante supo quién y qué era porque entendía cómo y a dónde había llegado. Solamente él y el ahora. Era suficiente. Era todo.

Se convirtió en una verdad rotunda y en un ejemplo para todos

Echaba la vista atrás con gratitud. Se sentía en paz, libre y fluyendo. No miraba más allá del día que vivía. Se mantenía ajeno a los problemas del mundo y atendía a su alrededor más próximo con cariño y una profunda tranquilidad. No necesitaba nada material. Sus necesidades básicas estaban cubiertas. Se dejaba llevar por la vida y en su existencia encontraba la tranquilidad y la felicidad. Entonces comenzó a transpirar sabiduría, armonía y amor. Se convirtió en una verdad rotunda y en un ejemplo para todos. El brillo de sus ojos seguía cautivando a las almas sensibles pero además, irradiaba una energía tan positiva que se hacía magnética para quienes andamos buscando el contagio de la bondad.

Esa parte final de su vida, fue el principio del despertar de otros seres. Consiguió permanecer en un estado de sabiduría y paz contagiosas durante muchos años. Envejecía lo justo para enseñarnos a todos que la vida pasa pero tan lentamente que le dio tiempo a contagiar su amor a tantos y tantos que ahora somos la inmensidad, por eso, por escuchar con atención a un hombre bueno y seguir su ejemplo, ahora somos más humanos y, entre todos, haremos mejor a la humanidad.

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