Desde mi ventana
Carmen Heras
Observo con curiosidad a esa clase (más o menos) ociosa que llena las páginas de las revistas del corazón. Publicaciones vendidas como churros y que marcan quién es famoso, o no, en este país. De creer a las imágenes y sus textos alusivos, todos y todas son personas guapas y sonrientes. Entrando y saliendo de saraos tales como la feria de Sevilla o los toros de San Isidro.Van vestidas de las últimas tendencias, que para eso tienen entre sus amigos a modistas e influencers varias, y su papel parece ser el de servir de gancho desde los titulares y mover una industria que maneja, seguro, cifras millonarias, cifradas en los deseos y aspiraciones de parecérseles de otros muchos seres situados en las antípodas. Eso por no hablar del instinto ferviente de comadres de corrala que nunca nos abandona.
En internet aparecen los vídeos grabados sobre las sesiones de juicio que mantienen el actor Johnny Depp (el protagonista, entre otras, de la película “Piratas del Caribe”) y su exmujer Amber Hear, en el litigio que mantienen por su separación. Tengo que decirles, por si no los han visto, que son impactantes. Por crueles y descarnados. Si no están actuando, que puede que también, una no puede por menos que preguntarse cómo es posible tanta dureza y zafiedad en personas que han vivido juntas y un día tuvieron una relación de cariño. Narra el periodista los vericuetos de cuanto se ve por las cámaras y aún tiene la clarividencia suficiente como para reconocer que caminamos por caminos resbaladizos en el campo de la comunicación, al recrearse tanto ésta en detalles que nada aportan a la veracidad del contenido y bien podrían evitarse.
Y como quien lo dice pertenece al gremio, suponemos que sabe de lo qué habla cuando afirma que llegará un tiempo en el que vamos a preguntarnos donde se fue la ética en algunas informaciones que ahondan interesadamente en los ángulos más abyectos de la condición humana, solo por puro morbo, y cuyo premio son unas ventas millonarias. De tanto detalle escabroso, de tanta vida loca, no debiéramos siquiera considerar necesario el enterarnos, pues los aspectos desmenuzados tan largamente no aportan nada a la información. Y se pregunta el cronista que haremos entonces, cuando llegue el momento del análisis profundo y comprobemos lo excesivo de algunos trabajos, mal llamados periodísticos, y cómo definiremos entonces a quienes han prostituido tanto su papel.
Escribe el poeta Fabricio Gutiérrez -y ya sabemos que los buenos poetas son clarividentes- que el verdadero problema (hoy) es llamar a las cosas por sus nombres. Sin tapujos. Decir que una carretera es una carretera (por ejemplo). O que un vago es un vago. Sin ambages. Y que un vestido es solo un vestido por mucho que lo vista la reina de las nieves. Y nunca debiera ser el santo y seña de identidad de una persona. Pero mientras tanto, pensemos en la cantidad de niños y niñas, observadores natos e indefensos de cuánto acontece y de cómo lo aceptamos y contamos. Pensemos en sus muchas cabecitas instruidas con códigos escritos por una propaganda viciada de raíz donde se ensalza con fruición lo más banal de cuánto los terrícolas hacemos.