Con ánimo de discrepar
Víctor Casco

Mientras escribo estas líneas, se anuncia la dimisión de Carmen Montón. La ya ex ministra de Sanidad y Consumo abandona el cargo tras 48 horas intentando justificar las irregularidades en la obtención de su título de máster por la Universidad Rey Juan Carlos I ¡Sí! La misma del máster de Cristina Cifuentes y del máster de Pablo Casado.

Poder matricularse una vez iniciado el curso. Poder aprobar asignaturas pese a no acudir a ellas. Que te cambien las calificaciones de las notas meses después (pasando del “No Presentado” a “Sobresaliente”) y, finalmente, como colofón, que de las 50 páginas de tu Trabajo Fin de Máster, 19 sean plagios de artículos ajenos y citas de Wikipedia. Con cualquier otro alumno, es decir, con un alumno no VIP, ninguno de estos privilegios se hubieran admitido: la asistencia es obligatoria. Los plazos, improrrogables. Los trabajos se someten a un escrutinio académico exhaustivo.

La Universidad Rey Juan Carlos I (el nombre del monarca golfo y venal no podía anunciar nada bueno) es un pudridero. Mimada por el PP, donde han terminado colocados muchos de sus ex que no tenían opciones en los consejos de administración de cualquier empresa privatizada por Aznar, allí se ha establecido un jugoso sistema de alianzas con la clase política: a izquierda (PSOE) y a derecha (PP). Porque en la Universidad la ideología es menos importante que las clientelas que se forman.

Tras el Plan de Bolonia, el máster se ha convertido en un jugoso negocio para la Universidad y miles de alumnos deben dejar un dineral y horas de estudio y esfuerzo para poder obtenerlo. Y luego están los otros: los jóvenes diputados llamados a destacar en política algún día, los Pablo Casado, las Cristinas Cifuentes y las Carmen Montón.

Dos, pilladas sin remedio, ya han dimitido. El primero, igualmente pillado, se mantiene en el cargo. Es bochornoso. El PP está presidido por un pijo sin el menor atisbo de ética. Por un inútil que tuvo que cambiar una Universidad exigente por otra, la Rey Juan Carlos I, donde sus amigos le regalasen el título de licenciado en derecho. ¡Viva el Rey! ¿verdad?

Y con esa maquinaria de nepotismo, clientelas familiares y políticas, corruptelas y endogamia llamada Universidad Española (ya sea pública o privada, con excepciones, claro) ¿qué hacemos? Esa, amigo lector, es la gran pregunta.

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