c.q.d.
Felipe Fernández

Muchos colectivos profesionales saldrán reforzados de esta crisis. Y no solo por su labor ejemplar, abnegada, sacrificada – aun con riesgo de su propia vida en algunos casos – sino también porque, de repente, todo se ha vuelto visible. Gracias a esa reveladora evidencia los prejuicios han dejado paso a la realidad, las dudas han cedido frente a las certezas y las cejas abandonan paulatinamente su elevada arrogancia para ocupar la postura original cerca de los párpados, como si se tratara de una involuntaria señal de asentimiento. Además de los anteriores, algunos otros colectivos verán reforzada su posición con el paso del tiempo, en consonancia con su vuelta a la actividad social, con el ejercicio normal de las actividades antes suspendidas; a medida que vayan levantándose las persianas recuperarán sus vidas y verán regresar, poco a poco, sus -nuestras- esperanzas. Y, sin embargo, otras profesiones habrán perdido buena parte de su crédito social, bien por no cumplir la expectativas, bien por alterar la idea original de servicio a los ciudadanos. Si no fuera porque prestan un servicio fundamental, imprescindible en cualquier régimen democrático que quiera reconocerse a sí mismo como tal, el papel de los medios de comunicación durante esta pandemia ha sido y es muy mejorable. Es verdad que las señales precedentes no presagiaban buenas noticias, nunca mejor dicho. Acuciados por una crisis aun sin resolver y envueltos en unos movimientos empresariales de cuestionable pluralidad, las distintas empresas periodísticas han buscado antes la salida económica que la deontológica, escarbando sin disimulo y sin descanso en esa zanja divisoria recuperada a propósito, pero tan dañina como los episodios que evoca. Acodados a sabiendas en los extremos de la mesa, a uno y otro lado, muchos de ellos -significativamente demasiados- no sienten ningún pudor en negar lo evidente, cuestionar lo demostrado, manipular la realidad y, lo que es imperdonable, ocultar una y otra vez toda la información susceptible de modificar “la verdad”. Con un indisimulado y groserísimo sectarismo más propio de otros lares, seleccionan tertulianos y opinadores afines a la tribu, inefablemente coincidentes, capaces de defender un argumento y su contrario sin la menor vergüenza pero, eso sí, siempre por la causa. Por lo menos, hasta hace poco, eran corporativistas y esgrimían sus uñas cuando alguien ajeno osaba criticar el “sagrado derecho de información”. Ahora ya, ni eso; ellos solitos han pasado de las uñas a los dientes y se muerden, atacan y desprecian sin necesidad de ayuda externa, no sea que en una de esas, se vean rechazados por la tribu.

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