c.q.d.
Felipe Fernández

La democracia liberal se tambalea. El sistema político que más estabilidad ha proporcionado a occidente desde el siglo XIX, se ha mostrado más vulnerable de lo previsto. Probablemente no sea el sistema más útil en todas las sociedades y en todas sus fases de desarrollo, pero ha demostrado con creces su idoneidad frente a sus voraces competidores. Son muchos los logros conseguidos a través de tantas generaciones, cada una aportando su granito de arena. Pero si tuviéramos que destacar alguno en especial, especialmente reseñable por comparación a lo que se ve en frente, este sería, sin dudarlo, el nivel de libertad de la sociedad. Añadamos todos los adjetivos posibles a ese concepto para que pase del singular al plural y ya tendremos una idea aproximada del alcance de lo logrado. ¿Cómo es posible, entonces, que un orden político que ha conseguido tantos éxitos en la convivencia, que ha facilitado unos niveles de bienestar tan altos para tantos, que ha promovido como ningún otro la consecución de iniciativas individuales -gran anhelo del ser humano- esté puesto en cuestión? Es más, la democracia liberal había conseguido convencernos incluso de que las imperfecciones del sistema solo podían corregirse con más libertad, con más democracia, con más derechos humanos, con más apertura de puertas y ventanas. Solo los países con una tradición democrática y liberal  –aun con interrupciones– han conocido un progreso real y mensurable, más allá de condicionantes antropológicos y, a veces, geográficos. Y, sin embargo, un virus con una reproducción sorprendente y moderada letalidad para el que, es evidente, no estábamos preparados, mantiene a millones de ciudadanos con sus derechos suspendidos y sus libertades restringidas, mientras algunos gobiernos ensayan una especie de clasificación magnánima de la información: esto podéis saberlo, esto no. “Vivir es más que un derecho, es el deber de no claudicar” cantaba mi admirado Aute. Si alguien pensó que, una vez conquistados, los derechos son para siempre, estaba muy equivocado. Muros, fronteras y barreras han vuelto a aparecer; la división de poderes cede ante el ejecutivo y la libertad de prensa, imprescindible en cualquier régimen de libertades, se ve superada por los intereses partidistas y la grosera preeminencia de la opinión sobre la información. Menos mal que siempre nos quedarán los clásicos. Cavafis: “¿Por qué esta inacción en el Senado? ¿Por qué están ahí sentados sin legislar los senadores? Porque hoy llegarán los bárbaros. ¿Qué leyes van a hacer los senadores? Ya legislarán los bárbaros, cuando lleguen”

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