Historias de Plutón
José A. Secas

Una teoría antropológica justifica la catetez cacereña (en muchos casos similar y compartida con la catetez extremeña) como el producto de una muy antigua sociedad rural sometida al tiempo y su incidencia en las cosechas y, por otro lado, sujeta a la voluntad de los poderosos: terratenientes y curas. Con esa dependencia absoluta de lo que Dios quiera (vía climatológica o clerical) o de lo que diga el Señor (conde, jefe, juez o boticario), a los pobres mortales lugareños no nos han dejado mucho margen para tomar iniciativas.

La actitud y el espíritu emprendedor solo se ha manifestado a lo largo de los siglos en los desesperados que huían de esta sociedad y de esta tierra sin futuro; llámalos conquistadores, aventureros o emigrantes. El caso es que se fueron y aquí nos quedamos los más pobres, incultos, conformistas, abnegados, temerosos, sojuzgados e indolentes. Esos genes tontos, transmitidos de generación en generación, han calado en el espíritu cacereño en particular y extremeño en general. Por supuesto que la culpa no es nuestra… (hasta ahí podíamos llegar).

La educación, la tele y la consciencia nos ha llegado con el paso de los siglos y, más que menos, estamos en igualdad de condiciones que cualquier paisano del mundo, con la diferencia de que no conseguimos deshacernos de nuestra herencia y esa cultura y esa información no nos sirven para cambiar la actitud. Preferimos seguir en ese estado de felicidad boba y conservadora, donde nunca va a merecer la pena arriesgarse en tratar de mejorar las cosas. Todo está bien. Ciudad tranquila, amable, bonita… ¿para qué queremos más?

Estos defectos del paisanaje se aprecian de dos maneras: porque te los diga un antropólogo (y te lo creas) o por salir del bosque. Ya saben aquello de que los árboles no te dejan ver el bosque. Parece que el viajar tanto no nos abre la mente todo lo que debiera y, al volver a casa, se nos reproducen rápidamente los modos y formas que parecíamos haber olvidado cuando mirábamos el bosque cateto desde lejos.

Mi padre (qepd) decía con una palabra muy nuestra, que los cacereños tenemos una mentalidad “chiquinina”. En esa pacata mentalidad solo caben pecados cutres como la envidia y no encajan valores tan necesarios para el progreso humano como la tolerancia. Espero y deseo que cuando volváis del veraneo (el que pueda), en la perspectiva alejada de nuestra ciudad, se os haya mostrado como merecedora de prosperidad y bienestar y os sintáis responsables de colaborar y aportar para alcanzar tal fin.

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