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Mi ojito derecho /
CLORINDA POWER

El 9 de septiembre, un compañero del trabajo me envió un email con un artículo de coña titulado «10 cosas que estamos jartos de escuchar en Extremadura». Me hicieron reír las 10, y eso que llevo casi los mismos años fuera que dentro. Y eso que mis padres nacieron en otros sitios, que la mayoría de mis amigos ya no viven allí, que yo apenas voy a casa dos o tres veces al año.

Muchas veces me pregunto si estoy apegada a mi tierra, y siempre me contesto lo mismo: a lo que estoy apegada es a mis recuerdos y a la casualidad de que sucedieran en Cáceres. Recuerdos del Alaska, del Nazaret, del Pacheco, de El Encinar, de la Madrila y de los botellones en la plaza. Del asfalto derretido bajo mis zapatillas blancas, de las conversaciones en el portal, de los «¿te bajas?» por el telefonillo, de ir a buscar a mis padres a la oficina, del cine del Eroski, de ir a todas partes andando, de cuando todavía conocías a la gente y la saludabas por la calle.

No creo que vuelva a vivir en Cáceres. Creo que no me gustaría vivir allí, demasiado pequeño, blablablá. Pero ahora vivo en un barrio en el centro de Madrid en el que me siento a gusto por las conversaciones en el portal, por los «¿te bajas?» por el telefonillo, por los cines Yelmo, por ir a todas partes andando, por saludarme con el pescadero aun cuando está fuera del mostrador.

El 9 de septiembre me felicitaron por el Día de Extremadura y eso me hizo ilusión. Aunque no esté apegada a mi tierra y no vuelva a vivir en Cáceres, me gusta ser de allí y reírme de las 10 cosas que estamos jartos de escuchar en Extremadura. Felicidades, extremeños, aunque estéis lejos.

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