Willy Witness /
CONRADO GÓMEZ

Lo reconozco. Estoy ilusionado. Me apasiona la primera persona. Es descorazonador comprobar cómo hay gente ilusa que se acerca presurosa a hojear el periódico en busca de la verdad, cabeceando en un esclavista acto de fe. Al carajo la objetividad. ¿A quién le importa? No buscamos información, sino la prueba documental de que no estamos solos en el pensamiento direccional que nos imponen ideologías y etiquetas. Me asomo a este nuevo atril con la absoluta libertad de vocear lo que considere. Sea mi única censura los límites de mi verborrea o la imposibilidad de comprender un mundo a veces demasiado etéreo. Una columna quincenal donde dejaré a un lado lo conservador de la primera del plural, de los malditos reflexivos que nunca se mojan.

El nuevo periodismo de los 60 en USA se manifestó como una suerte de rebelión ante lo aséptico de los medios que imperaban en la época. Una corriente de opinión donde el reportero formaba parte de la noticia, porque sin ella no había ni observador ni hecho en sí. Se limitaron a participar, a poner nombre a lo que veían. No era el caso del Coronel Buendía cuando decía que “las cosas eran tan recientes que para nombrarlas había que señalarlas con el dedo”. La literatura camina con el periodismo como el buen pastor que se deja caer en su cayado esperando que poniente se lleve la cadencia de sus silbidos. Literatura que aderece la insulsa realidad como las sales de sabores que ahora se estilan en paladares de yuppies reconvertidos en hipster de provincia.

Sacaré el brazo por la ventanilla cuando sea necesario y coquetearé con versos trasnochados

No habrá tampoco línea argumental ni secuencia lógica en la sucesión de palabras, y líneas, y columnas. Nada de eso. Sacaré el brazo por la ventanilla cuando sea necesario y coquetearé con versos trasnochados sin ponerme el brazalete de poeta, que eso es cosa muy seria. Y teclearé. Y teclearé. Y a veces no diré nada congruente ni sensato. Pero qué más da. Tenemos un ejército de políticos que cobra mucho más por decir mucho menos. Terapéutico. Como el humor y el amor, que se asemejan más de lo recomendable. Willy Witness es ese analista de lo cotidiano que todos llevamos dentro, es ese todólogo que al resguardo de la espumilla de la caña encima del bigotillo nos habilita nuestro crédito diario de chascarrillos. Tendencias. Cada semana me dará por una.

En mis años de universitario aprendí que el género de la columna es uno de los menos valorados, pero de los más complicados. Ya he cometido el primer desliz. Una rima fácil, desgraciada. Lo siento. Aprendí también que una columna debe ser como el bochinche que calma la sed, pero no la precipita. Una columna bien construida cuenta algo, lo que sea, de honda carga emotiva o banalidades por doquier. Una columna refresca o satura, pero provoca una imperceptible fisura ideológica entre lo que creíamos inmutable y lo que de verdad es. Escuchar enriquece, confrontar puntos de vista. Doloroso es perder la razón si creíamos tenerla. Balsámico resulta deshacerse de las capas acumuladas de ego y soberbia que nos vuelven intransigentes y dogmáticos. Incluso Paco Marhuenda –hoy mercenario a saldo- fue otrora un niño inocente de sonrojadas mejillas.

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