c. q. d.
Felipe Fernández

La universidad catalana “Pompeu Fabra” ha sido elegida por tercer año consecutivo como la mejor universidad de España. El rector de dicha universidad, Jaume Casals, apunta el factor fundamental de este éxito: “…la clave es la buena elección del profesorado”; y añade más adelante: “La Pompeu ha sido desde sus inicios muy rigurosa en la selección de sus docentes”; para sentenciar finalmente: “Con un cuerpo docente de calidad, la universidad tiene base para avanzar y posicionarse (sic) bien, ya que las plantillas son las que dan calidad al centro”. Le confieso que he leído y releído estas declaraciones unas cuantas veces, y las he comentado con algunos amigos docentes y no docentes. Más allá de la coherencia que destilan, del arrojo con el que el Rector Magnífico Casals es capaz de aludir a un asunto tabú en otros ámbitos de la educación, las interpreto como un pequeño atisbo de esperanza dentro de la esclerotizada, sindicalizada y funcionarial educación española. Más allá de sentir un cosquilleo en el estómago por la emoción de comprobar que todavía hay gente cualificada no contaminada de sindicalitis, recibo estas reflexiones como una pequeña apertura a la sensatez. Porque hay que decirlo alto y claro: el acceso a la función pública docente en España se rige por criterios del siglo XIX, esto es, memorizar temas, listas “militarizadas”, antigüedad como mérito principal y recurrente endogamia en el caso universitario. Y ahora piensen ustedes lo que quieran, pero, en mi opinión, hasta que no se modifique este acceso adaptándolo al siglo XXI, a las exigencias propias de la sociedad actual, –idiomas, informática, evaluación -, y a un proceso de selección puramente docente y no “fraguiano-sindicalista”, ya pueden llover leyes de educación, acuerdos parlamentarios y distracciones varias. Y si no, haga usted la prueba en su negocio; deje que le llegue el que toque por antigüedad, quédese con él y tenga suerte, porque como eche a los clientes por apatía, ineptitud o desidia, tendrá que aguantar con él hasta la jubilación, y encima dedicarle unas palabras. Eso sí, se nos llena la boca con Finlandia, Finlandia, Finlandia, pero nos resistimos tozudamente a los cambios, por si las moscas. Por eso no entiendo muy bien el alborozo con el que se recibe la noticia de la próxima incorporación de no sé cuántos miles de ¿profesores? Puede que sea una buena noticia para las cifras del paro o para las familias que consigan un sueldo que les permita vivir dignamente, pero para la calidad de la enseñanza, mientras no se modifique el acceso, es otro palo más en la rueda. Y, si no, que le pregunten al Rector Magnífico Jaume Casals.

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