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Desde mi ventana /
CARMEN HERAS

Me ha gustado la fiesta de entrega de premios de Avuelapluma. Con mucho calor, así que los que se pusieron corbata estaban rojos y sofocados, cuatro de la tarde en Cáceres. Pero no importó, todo formaba una parte más de la ceremonia. Natural, como la vida.

Me sentí como en casa. Hacía un par de años que no había podido acompañarles y el acto, lleno de gente conocida, se me hizo entrañable y de reencuentros.

Tal vez sea verdad eso de que cada uno de nosotros puede siempre, o debe, volver a los orígenes. He contado varias veces, a quién ha tenido la paciencia de escucharme, que en mi época juvenil «molaba» mucho ser aficionado a la cultura. Luego llegarían la moda de las marcas, pero por entonces, todos los jóvenes con la suerte de pasar por las aulas universitarias, teníamos algún amigo que cuando regresaba (por ejemplo) de trabajar de camarero en Suiza, para sacarse unas perrillas con que pagarse la matrícula y el alojamiento en el curso, lo hacía acompañado de algún que otro libro escondido en la maleta, que más tarde leíamos con delectación. Eran tiempos de censura, así que los títulos prohibidos significaban joyas impresionantes para nuestro currículum de futuros intelectuales, de amigos de la cultura, de soñadores de otros vientos y otras olas, en aquella España que empezaba a desperezarse en las postrimerías del franquismo.

Cuando un campo deja de cuidarse, se estropea, y luego se necesita mucha atención para quitar de él las piedras y hierbajos y volverlo fértil

Le he contado a mis alumnos, y hay que hacerlo con cuidado para que no te tachen de «abuelo cebolleta», que asistíamos a las proyecciones de las películas de arte y ensayo, como antes habíamos asistido a los oficios sagrados. Con idéntico respeto. Aquellas eran, muchas veces, interpretables, y las imágenes tenían que servir para explicar al espectador nociones tales como la pobreza o la dureza de la tierra mísera …o el autoritarismo y la tiranía…o la libertad. Sin que los censores pudieran cebarse con el film o el director y éste no acabase en la cárcel o pagando una fuerte multa.

Así que absorbíamos las fotografías, las bandas sonoras, los diálogos… con una avidez tal, que cuando llegaba el debate todos interveníamos en largas, y hasta profundas y muy sinceras, reflexiones.

«Vaya canción buena!», -decía mi compañera de cuarto, de repente, dando voz al aparato de radio-, y yo le preguntaba: – «dime por qué lo es»-. Y nos enredábamos en largas disquisiciones sobre grupos musicales, como si fueran asignaturas de la carrera o de la vida…

Vivimos otros tiempos. Puede que ahora la mayor abundancia de estímulos haga que se reaccione con menor fruición, que la tranquilidad de saber que Google está ahí, haga de la cultura en general, un objeto de consumo mucho más asequible y por lo tanto más desposeído de tantas y tantas virtudes como entonces creíamos que tenía. La crisis, ese pretexto para todo, ha traído a los escenarios hechos culturales transcendentes, pero también otros anodinos que ven la luz por aquello de que cubren un espacio y un tiempo, para dar la sensación de que algunas cosas no se han «recortado».

Pero no es cierto. Cuando un campo deja de cuidarse, se estropea, y luego se necesita mucha atención para quitar de él las piedras y hierbajos y volverlo fértil. «Quién tiene una viña debe cuidarla siempre», me dijo mi padre.

Por eso felicito a las personas que hacen posible los objetivos de Avuelapluma. Por ser hormiguitas, por no olvidar a los amigos, por no desfallecer…

El mundillo de la cultura está triste, pero son la esperanza de unos tiempos mejores. La inteligencia debe seguir de centinela. Tiene prohibido desaparecer.

Saludos a todos, amigos! Y gracias.

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