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Tiempos posmodernos /
Victor Gabriel Peguero

Los problemas de la educación universitaria en España, y de la educación en su conjunto, son muy numerosos y han generado no pocos debates. Hay muchos aspectos que se deberían estudiar y reformar a fondo para que las generaciones futuras hereden de nosotros algo más que una deuda del 100% del producto interior bruto. Aunque eso de pensar en las futuras generaciones es más de Churchill que de Zapatero o Rajoy. Me quiero centrar en la educación universitaria porque, si bien es verdad que cualquiera de nosotros podría enumerar varios de sus problemas, casi la práctica totalidad de ellos se puede resumir, bajo mi punto de vista, mediante una comparación económica: y es que imprimir moneda sin un valor que la respalde, provoca la devaluación de la misma. Actualmente España cuenta con un porcentaje mayor de adultos con estudios superiores que países que son referencia por la excelencia de su modelo educativo, como por ejemplo Finlandia. En principio ese dato debería ser esperanzador, y es verdad que en parte lo es, puesto que es bueno que más gente tenga más formación, ¿no? Pero la letra pequeña nos dice que España tiene la segunda mayor tasa de desempleo entre los adultos con estudios superiores (más del 13%). El DOBLE de la media europea. Y somos los segundos por detrás de Grecia, un país devastado por la crisis económica. Entonces, ¿qué está pasando? Desde mi punto de vista existe una clara devaluación del título universitario o de posgrado. Una devaluación provocada por el exceso de oferta, por la falta de mejores proyectos de formación profesional, por la bajada del nivel de exigencia intelectual, por la irrisoria inversión en I+D, por la endogamia del profesorado -la casta universitaria-, por el uso de las leyes educativas como herramienta política, por la renuncia a premiar la excelencia; por la aceptación de la mediocridad. Dicho de otra forma, este sistema universitario “ hiperinflacionario” se está convirtiendo en un productor de desigualdad social, porque, salvo honrosas excepciones, muchos de los títulos que obtenemos tienen un “valor de mercado” muy reducido, un valor de mercado que no compite en calidad, sino en bajo coste, en sueldos míseros, siendo solo unos pocos -los más privilegiados- los que tienen acceso a la cara formación internacional, a los prestigiosos MBAs, o a los mejores contactos. El Estado ha de posibilitar que, todo el que quiera, pueda llegar lo más lejos posible sin que las circunstancias económicas y sociales particulares impidan al individuo el desarrollo de sus capacidades. En otras palabras, el espíritu de lo público es el de la igualdad real de oportunidades. Pero si se pierde la exigencia, se pierde la capacidad de competir en un mundo exigente. Por suerte, el desarrollo tecnológico permite ya hoy cursar estudios a distancia -y de manera gratuita- en algunas de las mejores universidades del mundo. Puede que no grados completos, pero sí útiles e interesantes materias de la mano de expertos profesores. Eso significa que, tal vez, el futuro intelectual y formativo dependa cada vez más de uno mismo. Pero alguien debería rendir cuentas por un sistema que no sirve y que ha hipotecado el futuro de muchos jóvenes que, puede que ya nunca, alcancen el nivel de vida que les prometieron.

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